Volumen I. 1930. Donde los poetas e intelectuales debatían sobre el país.
La moderna puerta de cristal daba paso al moderno salón. Sus tacones sonaban sobre la pulida tarima, con un eco acompasado que hizo que todos se diesen la vuelta para mirarla. Era una mujer alta, de grandes ojos negros, muy atractiva. Llevaba un hermoso sombrero de la época. Detrás la seguía un hombre muy apuesto, bien vestido, con el pelo engominado hacia atrás. Los dos se sentaron en las sillas de madera junto a una pequeña mesa redonda con la pata de hierro fundido atornillada al suelo.
Volumen II. 1990. Donde los jóvenes quedan para salir de fiesta.
El chirrido de la puerta de cristal daba paso al envejecido suelo de madera. Sus tacones sonaban sobre la tarima, desgastada, sin brillo, dejando ver los enormes clavos que sujetaban sus extremos. Se sentó en una de las viejas sillas de madera y pidió un café. Echó una mirada al recinto. Las paredes estaban forradas de madera, con plafones cuadrados y pequeños espejos, una herencia de principios del siglo XX. Percheros que recordaban el uso del sombrero por la tabla situada en la parte superior. Pensativa, miro al techo donde se dibujaban molduras que la transportaban a otra época, a otros tiempos.
Volumen III. 2030. Donde la cubierta amenaza ruina sobre el viejo edificio.
Apenas pudo abrir la puerta. Los cristales de las enormes ventanas estaban rotos. Las paredes rezumaban humedad. Se percibía un olor nauseabundo. Algunos de los plafones de las paredes se habían despegado y los espejos que un día le dieron vida estaban manchados impidiendo ver el reflejo en ellos. Las sillas estaban sobre aquellas mesas que permanecían clavadas en el suelo. Parte del techo moldurado se había desprendido.
—¡Ay!—gritó el arquitecto—¡Malditas ratas!
Ganas de más compañera.
Saludos Insurgentes