«JUEGOS INOFENSIVOS»

Aquellas órbitas abiertas en canal lo tenían ensimismado. 
No era la primera vez que el comisario Narváez veía algo así, una cara desfigurada, un crimen sin escrúpulos… Pero aquel caso le estaba quitando horas de sueño.
Había algo muy familiar en todo el ritual.
Un cuerpo de mujer inerte al que le habían quitado la vida por asfixia, unos ojos vacíos (literalmente hablando) y unas gafas colocadas pos-mortem, que dejaban ver a través de sus cristales un reguero de sangre reseca, que se dibujaba por los lagrimales de la víctima. Este último detalle era la marca del asesino.
Tres mujeres asesinadas con una semana de diferencia, y el mismo “modus operandi”.
¿Qué llevaba al asesino a matar? y lo más importante, ¿por qué lo hacía de esa manera?

Había sido un día duro y ahora en casa, tras una cena ligera, Santiago se encontraba en la cama, de nuevo con sus pensamientos rumiantes.
Quedó sumido en un ligero duermevela, éste lo trasladó al pasado.

Se encontraba en su clase, podía tener 7 años. Admiraba a un niño jugando solo, sin reparar en nada más. Víctor jugueteaba con las muñecas de trapo, pero no las cuidaba. Siempre acababa por arrancarles los botones que tenían por ojos y les dibujaba con rotulador unas gafas negras a modo de complemento.
- ¿Por qué les haces eso Víctor? –le preguntó en una ocasión a su amigo.
- No ven cómo deben –le respondió-. Esas bolas de plástico no les dejan ver con claridad, se dejan manejar por cualquiera. ¿Acaso no merecen una vida mejor? Podrán ver otro mundo con las gafas mágicas que yo les doy. 

Una punzada en el pecho hizo despertarse al comisario.
¡Lo tenía! 
Santiago pudo ver claramente cómo Víctor, desde muy temprana edad, alimentaba su sádica mente con “juegos inofensivos”.