Fue cuando me hizo perder mi bebé de una paliza, pateándome la barriga en medio de la calle, con los vecinos mirando. Fue allí, tirada en el barro, llena de miedo, dolor y vergüenza cuando decidí que nunca más. La vergüenza, esa misma que me obligaba a callar, se marchaba con mi sangre y con la de mi hijo nonato. La culpa, ese sentimiento de merecer cada grito, cada golpe, de un hombre que a todas luces yo, una pobre huérfana, no merecía, se transformaba en la certeza de que tenía que alejarme de él o moriría.
Pero no escapé, no podía, era inconcebible que abandonara a mis hijos con él, así que confíe en la justicia del Rey.
"De aquí en adelante trate bien y amorosamente" le dijo el juez en la sentencia refiriéndose a mí. No lo cumplió. Más bien al revés, humillado públicamente las palizas se volvieron más discretas pero también más crueles. Era el año de 1620.
No me rendí, no podía, no lo concebía. Como la justicia terrenal me había fallado, recurrí a la Divina.
"De aquí en adelante trate a la dicha su mujer con mucho amor y no le haga semejantes malos tratamientos" conmino el canónigo a mi marido. No tengo que decirles que no me trato con amor al volver a casa. Era el año de 1622.
Han pasado dos años más y no me he rendido, me presento ante ustedes con sed de justicia de quien jamás mereció tal trato y con la esperanza de que escucharán y atenderán mis justas reclamaciones.
En 1624, Don Álvaro de Ayala, jurista excepcional y Rector de la Universidad de Alcalá, dictó en sentencia pionera e inédita, orden de separación y de alejamiento de la valiente Doña Francisca de Pedraza de su marido Jerónimo Jaras.
Magnífica narración Jaime!
Saludos Insurgentes
🥲🥲
Saludos Insurgentes
Un saludo
¡Enhorabuena!