Me había dicho mi hermano que en clase estaría la bruja Guillermina y yo tenía que pasar una serie de pruebas para rescatar al hada Calinda y librarme de un curso de castigos.
“Debes galopar con valentía y sortear el ejército del Capitán Márquez, conseguir que los carruajes se detengan en el cruce de campos y estrellas, cruzar la laguna de Montalbán sin mojarte los pies y cruzar la puerta del Socorro antes de que Jeremías eche el candado. Y cuando la bruja cruce la puerta, debes cerrar los ojos”.
Me subí a la bicicleta. “Con cuidado”, dijo mi madre tras de mí. Me adentré en la calle Capitán Márquez y sortee a todos los viandantes que caminaban con prisa por la acera. Seguidamente llegué al cruce que separaba el descampado de la avenida de las estrellas, pulsé el botón del semáforo y una luz roja obligó a los coches a detenerse. Llegué hasta el parque de Montalbán, donde la lluvia de la noche anterior había formado un charco y aceleré para cruzarlo con los pies en el aire. Justo después estaba el Colegio del Socorro y en la puerta estaba Jeremías, el conserje, con un manojo de llaves.
En clase, la puerta chirrió cuando entró una mujer vestida de negro y una nariz aguileña. “¡Buenos días, doña Guillermina!”, dijeron todos. Entonces yo cerré los ojos. Cuando los abrí, doña Guillermina nos presentaba a la profesora: “Ella es Mónica Linda”. Allí estaba el hada; vestida de blanco y con una sonrisa brillante. Tomó su varita y nos nombró uno por uno. Cuando dijo mi nombre levanté la mano y su mirada me hechizó. Me sentí el niño más afortunado del mundo y supe que, al otro lado de aquellas paredes, mi hermano se estaría sintiendo orgulloso de mí.
Saludos.
Los constantes cambios de ritmo y entre líneas son brutales.
Primero descriptivos y luego de acción.
Un final enternecedor.
Saludos Insurgentes