«La casa»
El jardín, que una vez podría haber sido majestuoso, era ahora un mero recuerdo y, en su lugar, árboles que parecían a punto de romperse, desprovistos de hojas; hierba alta que escondía todo tipo de animales que venían por las noches para atormentarme. Incluyendo el gato de la señora Martín; un gato negro, con penetrantes ojos verdes que siempre estaba quieto en alguna esquina, observándome. ¿Por qué lo encontraban tan adorable? Siempre podía ver esa extraña sonrisa bajo sus bigotes, como si el animal supiese algo que yo no.
Lo peor eran las noches, el chirriar de los muebles que ya habían visto demasiados años, haciéndome creer que alguien más estaba en la casa a parte de mí. Y fue una noche, harto de tanto tenebrismo, que salí de la cama, calzándome las viejas zapatillas de rayas y salí al pasillo para dar una vuelta. Las luces no eran de mucha ayuda, iluminaban poco y ese tono amarillento otorgaba a los estrechos pasillos un aire aún más misterioso. Pero yo seguí andando, la madera crujiendo bajo mis pies. Al principio sentía el enfado pero con cada paso me costaba más respirar. Era más consciente de los viejos cuadros que seguían persiguiéndome aunque intentara no fijarme en éstos. El metálico sonido del reloj de pie, con el continuo movimiento del péndulo pero justo, cuando llegué, el alargado apéndice paró y empezó a dar las campanadas asustándome completamente.
Odiaba esa casa, parecía querer echarme, volverme loco con cada sonido. ¿Podía una casa odiar a su propietario? La idea era una locura en sí, pero mi propia cordura se estaba desvaneciendo entre estas viejas paredes que se reían a mi paso, que murmuraban cuando no miraba. Yo solo la había comprado y estaba a la espera para remodelarla, tirar todo y tener mi propio hogar, pero la casa no parecía aprobar mi idea. ¿Sería consciente qué tenía la intención de derruirla? Pero eso era imposible, era solo una casa, una vieja casa que daba pena. Pero, al llegar a la escalera principal, que daba justo a la entrada, lo vi. Abajo del todo, delante de la astillada puerta. Ese maldito gato mirándome, leyendo mis pensamientos. Estaba harto. 'No vas a asustarme más' pensé, pero al poner el pie en el primer escalón resbalé, cayendo bruscamente como un saco hasta los pies del animal y ahí se volvió todo negro. ¿Por qué? porque me rompí el cuello mientras el gato sonreía y así me encontraron la mañana siguiente: un cadáver al pie de las escaleras. Y me convertí en una parte más de esa odiosa morada de la que ya no me podía escapar.
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Una casa encantada y tenebrosa!
Terror e intriga constantes.
Me ha encantado!
Saludos Insurgentes
Saludos