— Ah, eres tú, cielo. ¿Ya vas a entrar a trabajar?
Su madre lo saludaba desde el umbral de su cuarto. Vestía un camisón de flores y mostraba signos de haber estado llorando. En su mano izquierda sostenía un trozo de tela que se apresuró a esconder detrás de la espalda.—¿Qué es eso, mamá?
— Oh, no es nada, hijo. Nada importante...
Guillermo suspiró.
— Ya... ¿Está Sergio fuera?
Sergio, el hermano mayor, se encontraba en el porche, tratando de concentrase en la lectura de un inabarcable manual de Historia que estaba lejos de contener algún tipo de elixir milagroso, de gallina de los huevos de oro. Esa que tanta falta le hacía para completar la investigación en la que llevaba meses estancado. Se pasó una mano por la frente, agotado. Al menos la brisa nocturna era fresca y agradable. Estaba a punto de dar por concluida la jornada de estudio cuando su hermano entró en escena.
— ¡Vaya! Sí que se está bien aquí.
— Nunca me acostumbro a verte vestido de astronauta.
—Pues más vale que lo hagas. Esto va para largo.
—Refréscame la memoria ¿Por qué te has metido en ese entuerto?
— Lo sabes de sobra. Para explicarles a los niños que...¡la ciencia es super guay! – Remató la exclamación con un gesto teatral que en absoluto convenció a su interlocutor – Bueno, y también para pagarme el máster en Física...
—Eso ya me cuadra más.
— ¿Y tú qué? Quizás yo haga el ridículo, pero tú te pasas el día inmerso en libros que no conducen a ninguna parte.
— Conducen al pasado – repuso Sergio con calma– Para conocer las respuestas del futuro se debe mirar al pasado.
—Eso es una cursilería. Todo el mundo sabe que para conocer las respuestas del futuro se debe mirar al mismo futuro –Lo dijo mientras señalaba un punto luminoso del firmamento – ¿Soy yo o la estrella polar brilla con más intensidad que de costumbre?— Sí, eso parece... Aunque dudo que puedas verla muy bien con la visera bajada.
— Lo creas o no, es fija. No puedo moverla.
— ¿Qué?
— El traje es de una sola pieza. Puedo quitarme el casco entero, pero no levantar la visera.
— ¿Y por qué no te lo quitas mientras hablamos?
— No es tan sencillo como aparenta... Correré el riesgo. Eso sí, nunca podré llegar a tu nivel de visión. Con esas gafas tan gruesas eres poco menos que un halcón peregrino. ¿Cuántas dioptrías tienes?
— Los cristales son como mamparas de baño.
Ambos hermanos prorrumpieron en una sonora carcajada, a la que siguió un tenso silencio. Fue Guillermo el primero en quebrarlo:
—Oye, mamá...¿sigue usando la venda?
— Eso me temo. Dice que aún no ha terminado su penitencia y que, mientras dure, no se atreverá a mirar directamente a los ojos del Señor en sus oraciones.
— ¿Y cuánto más va a durar?
—Hasta cuando ella considere que ha expiado la culpa.
— Por enésima vez, Sergio. Ella no tuvo nada que ver en lo de papá. Fue un accidente de coche.
Unos pasos en el umbral interrumpieron la conversación de los dos hermanos. María, la madre, los contemplaba de hito en hito con un torrente de lágrimas resbalando por sus mejillas.
— Mamá, yo... lo siento...
Sin mediar palabra, María se encaminó hacia la barandilla y dirigió la mirada al cielo. Inmediatamente, su piel se tornó lívida, sus manos comenzaron a temblar y sus ojos se retorcieron hasta que el blanco de las escleróticas engulló las pupilas. Antes de que los dos hermanos pudieran reaccionar, su cuerpo se desplomó sobre el empedrado como una losa de mármol.
Dos días después, el féretro de María descendía tres metros bajo tierra. Guillermo se hallaba al borde de descargar su impotencia contra la interminable burocracia funeraria. Por su parte, Sergio se devanaba los sesos en una cuestión muy distinta.
—Recuérdame otra vez qué dijo el doctor.
Guillermo exhaló un prolongado suspiro, pero accedió a la petición:
—Infarto de miocardio que derivó en un repentino derrame ocular, de ahí el aspecto que presentaban los ojos. Y que en los últimos días se habían registrado varios fallecimientos similares.
— Sabes tan bien como yo que no es cierto.
— ¿Y qué lo es, según tú? Mamá ha muerto y nadie nos la va a devolver. Haz el favor y compórtate como un adulto.
— Mi teoría –respondió Guillermo, haciendo caso omiso– es que mamá alcanzó un elevadísimo grado de sugestión que le indujo a creer que estaba viendo al mismísimo Demonio. Piénsalo. La Biblia explica que en ocasiones el Mal puede aparecerse en forma de un destello en la oscuridad. Adopta la forma del Bien, es decir, de la luz, para camuflar su verdadera identidad. Mamá observó la estrella polar y los peores presagios acudieron a su cabeza, que colapsó y la fulminó en el acto. Espera... ¿Has dicho que más personas han muerto de la misma manera?
– Eso dijeron, sí. Todas al aire libre y en plena noche.
La mente del hermano mayor comenzó a girar afanosamente. La estrella polar, los ojos abominables de su madre al discernirla, la cadena de defunciones ocurridas en circunstancias parecidas...
El casco de astronauta, la venda, sus propias gafas... «Hemos estado protegidos todo este tiempo» . ¿Pero protegidos de qué?
Para conocer las respuestas del futuro se debe mirar al mismo futuro.
Ahora lo comprendía. La respuesta no se hallaba en el terreno arcaico de la religión, sino en un futuro aterradoramente próximo. No eran demonios de antaño, no se trataba de una posesión, sino de una... ¿abducción?
Unos días más tarde, la Tierra fue invadida.
Me compraré un traje de astronauta para no ser abducido... jejeje.
Magnifica narración Antonio!!
Saludos Insurgentes