«La fábrica»
Era una noche de perros, una persistente llovizna no había dejado de caer desde primera hora de la tarde y un viento glacial, proveniente de la bahía del East River, enfrente del cercano aeropuerto de La Guardia, provocaba que fueran escasos los transeúntes que se atrevieran a permanecer en la calle. Quizás los que no tenían más remedio, los que no tenían un techo donde guarecerse. La hora, cerca ya de las doce de la noche, tampoco invitaba al paseo nocturno.
Al doblar un recodo el vagabundo se encontró ante la antigua fábrica de alimentación, abandonada hacía décadas. Un ancho edificio de ladrillo visto, de dos plantas. Las ventanas de la planta baja, así como la puerta principal de acceso, se encontraban tapiadas; las de la planta superior, rotas en su mayoría. Un último y decadente vestigio de la, entonces, floreciente industria de mediados del siglo pasado.
El hombre bordeó el viejo edificio y se dirigió a la parte trasera, donde se encontraba la gran puerta que servía para la entrada y salida de mercancías, y otra fila de ventanas en el piso superior, igualmente acribilladas a pedradas. Consultó su reloj último modelo, le había costado más de mil dólares, y comprobó que faltaba un minuto para las doce en punto. Esperó acurrucado junto a un viejo árbol de lo que en otros tiempo había sido zona de juegos de los niños del vecindario.
Cuando fueron las doce en punto, una débil luz, apenas perceptible para ojos que no anduvieran buscándola, titilaba intermitentemente en la ventana de la esquina del piso superior. El hombre se acercó a la puerta de mercancías, la cual se encontraba rota parcialmente, y se introdujo en el interior. Un vagabundo más buscando refugio en una desapacible noche.
Una vez en el interior el hombre se dirige, con paso firme y rápido, sin ningún signo de embriaguez, hasta un lateral de la enorme estancia. Allí, entre restos de antiguos materiales y unas cuantas maquinarias, con una cantidad de polvo y telarañas que dan fiel testimonio de que vivieron tiempos mejores, se encuentra una trampilla que solo puede ser encontrada por alguien que conozca su existencia.
Abre la trampilla y unas nuevas y relucientes escaleras metálicas le conducen hasta el sótano de la antigua fábrica. Saluda al guardia de seguridad que se encuentra en su cubículo, a la izquierda, y entra en un vestuario situado a mano derecha. Se cambia rápidamente de ropa y sale con una cómoda vestimenta dispuesto a una nueva jornada de trabajo.
Accede a un diáfano espacio donde se encuentran diez mesas de trabajo individuales con varios monitores cada una. Al fondo de la estancia, cubriendo toda la superficie de la pared, numerosas pantallas ofrecen distintas imágenes y agrupaciones de datos. Todo el material a la vista es de última generación teniendo un valor de varios millones de dólares, se trata de un material mucho más avanzado y sofisticado que el que pueda utilizar el Pentágono, la NSA o, incluso, la propia CIA.
No en vano, este sótano ultra secreto es la base de operaciones de la UBF, Unidad de Búsqueda de Fugitivos, una unidad de élite formada por solo diez integrantes, escogidos meticulosamente entre lo más selecto de las agencias militares, de seguridad, de espionaje y contraespionaje, del país. Una unidad que cuenta con el presupuesto más alto de la historia del país pero que, oficialmente, no existe. El jefe de la unidad tiene contacto directo con el Presidente y no responde ante nadie más. Su función, rastrear, localizar y vigilar a los delincuentes más importantes y peligrosos del mundo, ya sea por delitos de sangre, tráficos de drogas, de armas o de seres humanos, terroristas, genocidas, delitos macroeconómicos.
Nuestro hombre acaba se acomoda en su mesa de trabajo y se dispone a iniciar un nuevo día de trabajo, como el resto de componentes de la unidad. El trabajo comienza a medianoche y se desarrollará hasta poco antes de que comience a amanecer, entonces, de forma progresiva, y después de haber pasado de nuevo por el vestuario, una serie de vagabundos irán abandonando la vieja fábrica después de haber pasado una noche resguardados de las inclemencias meteorológicas.
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El giro final es magnífico!
Saludos Insurgentes