Tras cien años recibiendo bruscos cambios climáticos, una sequía mundial provocó la mayor guerra de todos los tiempos, la guerra del agua. Ni el racismo ni el petróleo eran beligerantes. Los habitantes de nuestro gran planeta ya no veneraban a ninguna religión, y menos aún a un gobierno, pues fueron los mayores causantes de esta apocalipsis. El pueblo pagano se había revelado.
Desde que los hombres armados nos perseguían para apoderarse de la poca agua que encontrábamos, tuvimos que idear una estrategia para confundirles mientras seguían nuestros pasos. Mi querido amigo Fermon contrató a un equipo de jóvenes para que señalizaran un camino falso mientras que nosotros avanzábamos hacia nuestro destino. Por una buena parte de ese agua tan deseada, los jóvenes matarían si fuera necesario.
En pocas horas lograríamos llegar al mayor pozo oculto bajo el Palacio de los Gunea. Una mansión abandonada tras la pandemia sufrida hacía veinte años. Pocos sabíamos de este secreto, y la mayoría de los que conocían este lugar estaban muertos. Algunos murieron a causa de la pandemia, otros asesinados tras una dolorosa tortura por el intento de averiguar el lugar donde se encontraba el agua. La única persona que quedaba con vida con este secreto guardado en su memoria, era mi colega Lorcan, con el que entablé una conversación hacía unas semanas mientras ingeniaba una planta desaladora en un punto del pacífico, donde todavía existía una pequeña reserva de agua, quizás para sobrevivir un par de años más.
Cuando estábamos a pocos kilómetros del palacio, un grupo de forajidos nos asaltó sin piedad. Fermon y yo nos ocultamos tras unas rocas y juntos pudimos ver cómo uno de nuestros aliados corría tras unos matorrales para unirse al enemigo, habíamos tenido a un topo entre nosotros, y si no lo deteníamos a tiempo a él y a sus compinches, mucha gente que dependía de nosotros moriría por deshidratación. Insaciables, disparábamos nuestras armas logrando eliminar a dos de ellos. Nuestro equipo se ocultaba como podía para que los bidones no fueran dañados por las balas, de nada nos servirían con cientos de agujeros. El pequeño Jack, el más joven del grupo, parecía querer decirme algo, gracias a sus gestos con las manos pude averiguar lo que quería indicarme, me hizo recordar que en mi mochila había guardado un par de granadas el día anterior. Descolgué rápidamente la mochila de mi espalda, y con mucho cuidado agarré una de las granadas mientras avistaba al grupo de atacantes. En el momento en que todos mis compañeros dispararon sus armas para cubrir mis espaldas, me erguí y lancé la granada con la que finalizamos nuestra lucha. Al acercarnos para ver las caras de nuestros enemigos, fue cuando me quedé en shock al descubrir al líder de mis adversarios, se trataba de mi colega Lorcan, un traidor más en una guerra vital.
Conseguimos una gran cantidad de agua gracias a ese pozo. Sin embargo, no será suficiente. Ahora preparamos nuestro siguiente viaje, al núcleo de la Antártida.
«La guerra del agua»
498 palabras
4 minutos
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Reto creativo
«Cuando marzo mayea, mayo marcea»
El planeta es un gran desierto. El agua es escasa. Las temperaturas extremas. Tu trabajo es encontrar agua para tu aldea, eres zahorí y estás en problemas...
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Bien narrado Mila!!
Saludos Insurgentes