La lluvia caía con fuerza sobre los cristales y rompía el silencio de la sala.
Fuera, las hojas de los árboles caídas sobre el césped dibujaban una alfombra en la que el color caoba y los tonos ocres predominaban sobre los verdes de algunas hojas que podían intuirse tras las ventanas marcadas por las gotas de agua.
Era una fría tarde de otoño y Martín estaba en clase, sentado en su pupitre de la última fila del aula y al lado de la ventana. Tenía la cabeza sobre su mano izquierda y el codo apoyado en el extremo de la mesa. Con su mano derecha sujetaba un lápiz azul desgastado por los mordiscos en su parte más alta y con el que jugueteaba con los dedos, aunque él parecía no ser consciente de ello. Su mirada se perdía mucho más allá del cristal y de esa intensa lluvia. Parecía tener la mente en otro mundo, pero la expresión de sus ojos señalaba que ese mundo era algo lejano y triste, incluso doloroso. Ni siquiera era consciente de dónde estaba y qué hacía allí, como si estuviese en una nube lejana mirando el infinito desde el horizonte y donde el reloj parecía haberse parado.
De repente un sonoro ruido trajo de nuevo su mente al pupitre.
-Ring, ring, ringgggggggggg
E inmediatamente después, y con unas palmaditas de su maestra, oía la voz de Doña Marta:
-Muy bien chicos, el tiempo ha acabado, dejad de escribir y traedme los exámenes de forma ordenada y en silencio. Después podréis salir. Que paséis un feliz fin de semana.
Martín se levantó el último de su silla y, sin levantar la mirada del suelo, se dirigió hasta la mesa de su profesora....
Por cierto, examen en blanco intuyo. Je,je,je.
Saludos Insurgentes