El bosque cobraba vida con la luna llena: las ramas se movían al son de una música antigua y peligrosa, y las alimañas que rondaban por el día, se convertían en grandes y peligrosas bestias de noche. Eso, claro, no lo sabían los idiotas que se habían internado esa noche en las oscuras y tenebrosas tinieblas de un bosque que, aunque aparentaba ser inofensivo, en realidad, ocultaba grandes secretos.
Yo era uno de ellos.
Mientras contemplaba a los jóvenes que reían al pasarse una botella de vodka, mi hambre crecía. No importaría que me mantuviera alejado o a un solo paso de distancia, cuando la luna estuviera en lo alto, a la hora de las brujas, me convertiría en una pesadilla.
Supuse que al menos, yo haría que fuera rápido; había otra clase de cosas que les podría haber encontrado antes. Cosas que disfrutaban de jugar con su comida. Criaturas que rugirían hacia la luna, orgullosas de sus cacerías.
Yo no lo estaba, mi alma se revelaba contra mi naturaleza. Eso debía contar. Para alguien, para mí, o para el bosque. Quizás debería contar para la maldición que sentenciaba cada una de mis noches, y atormentaba mi conciencia cada día.
Podía sentir la influencia del bosque cada vez más fuerte, un susurro en mi oído, sugerente y adictivo, que me empujaba suavemente hacia el claro donde estaban esos cuatro amigos.
Un paso adelante, mis dedos curvándose en letales garras, un rugido contenido en mi garganta. No había vuelta atrás, no lo había habido desde hacía mucho tiempo. Eternidades contenidas en una simple noche…
Cuando finalmente me desaté, sentí la salvaje satisfacción del bosque maldito, la sangre goteaba de mi boca, y sabía a terror.
Sus ojos se cerraron, y esperé que siguieran así, el bosque ya tenía suficientes monstruos.
Saludos Insurgentes.