«La pequeña Lulú»

Llevo cinco años viviendo con mis dueños en un acogedor pueblo de Andalucía. Son una pareja preciosa, les encanta sacarme a pasear todos los días, llenarme de mimos y recordarme que soy un ''buen chico''. Siempre los he acompañado en los buenos y malos momentos, por eso identifico muy bien sus emociones. Por ejemplo, en las últimas semanas la doña se encontraba con muy bajas energías y su tripa creció mucho. Por suerte ha mejorado y ya puede comer sin vomitar, pero ahora le dedica la mayoría de sus sonrisas y carantoñas a otro ser vivo... A esa pequeña intrusa. Lucía o, como le gustan llamarla, la pequeña Lulú.

Al principio me costó adaptarme a ese extraño animal sin pelo.
¡Se pasea por la casa como si fuera suya! ¡Me tira del pelo sin avisar! ¡Se sube a mi espalda! ¡Berrea y grita más que un cachorro! Y para colmo, mis dueños le ríen todas las gracias. ¡Soy un pastor alemán, no un juguete! ¡Como no aprenda a comportarse se va a llevar un buen mordisco! Miento. Soy incapaz de hacerle daño. Mi instinto me susurra que debo cuidar a este pequeño ser, no debo permitir que nada ni nadie perturbe su descanso. Y así fue como me convertí en su protector.

La otra noche detecté un extraño olor. Después vinieron días duros. Mis dueños entraban y salían de un edificio blanco. ¿Qué le hacen a mi protegida en ese sitio? Cada vez que viene su pelo es más corto y está menos activa. Además, siento la tristeza de mis dueños. Cuando mis travesuras no les saca una sonrisa decido tumbarme junto a Lulú y acaricio su cabecita con mi hocico.

''Tranquila pequeña. Te vas a poner bien. Al igual que mi tocayo Hércules, venceré al monstruo que te lastima''