«La primera piedra»

Mira, cielo. Nuestra lucha como mujeres y, por tanto, como personas de pleno derecho es joven. No creas que no hemos avanzado nada, pero los cambios en la "estructura de la sociedad" requieren tiempo. Son como las plantas: hay que regarlas, ser constante y cuidadosa hasta que crecen y dan su fruto. ¡Y qué delicia de fruto! ¡Y qué semillas para nuevas luchas! 

Allá por el año 1933 yo apenas tenía 21 años. A pesar de haber crecido en el seno de una familia humilde -a veces, peor que humilde-, o quizá gracias a ello, tenía cierta consciencia de situación, muy crítica con mi posición como mujer en la sociedad en la que vivía.

Desde que el Congreso de los Diputados aprobó el derecho a votar de las mujeres en 1931, deseaba hacerlo. Poder así expresarme y elegir lo que, al menos en parte, me representaba.

Cuando Clara Campoamor empezó a "hacer ruido", rebatiendo con uñas y dientes aquellos argumentos que pretendían negarnos inteligencia y autonomía, encontré un ejemplo a seguir. Una mujer tenaz e independiente, que no se achantaba y que decía lo que pensaba sin dejarse amedrentar por lo más viejos, más hombres o los más "siempre fue así".

Me resultaba inconcebible que otras diputadas, aparte de los fieros detractores varones, no apoyaran su propuesta y que, aún peor, intentaran tachar de "inoportuno" -fue lo más amable que dijeron- el voto femenino. Entre otras cosas -¡para que veas, cielo!-, Novoa Santos aseguró que carecíamos de capacidad reflexiva y que "el histerismo es inherente a la mujer".

Total, que a mis reivindicativos 21 años voté por primera vez y, desde entonces, siempre. Que, ¿por qué? Porque hay que luchar por lo que se quiere. Porque hay que actuar local, aun pensando global. Construir el cambio comienza colocando una primera piedra.