«Sufragistas»

Los piquetes en los colegios electorales no impiden que esas aguerridas mujeres intenten llegar para depositar su voto.
El caso de Carmen es diferente. Hoy por la mañana ha cogido la papeleta, la ha rellenado y se dirige con paso firme a la iglesia de su pequeña aldea para depositar su voto. Es un lugar recóndito y aislado donde prima la supervivencia y, porque no decirlo, el caciquismo más ancestral. No encuentra a nadie durante su trayecto pero si ve alguna cortina moverse.
Tanto ella como su hija van erguidas como si una fuerza superior las dirigiese. Cogidas fuertemente de la mano.
Llegan al antiguo edificio y un par de pastores les aguardan en la entrada. Los saludan y se introducen en el lúgubre lugar. Es la única edificación común para todo el pueblo.
El cura, el maestro y el alguacil están junto al altar. Cuando ellas se aproximan, ellos intercambian codazos.
Carmen le hace un gesto a su hija y esta le da la papeleta. Cuando la tiene en la mano la observa unos instantes y la deposita en la caja de zapatos.
Ese día, por la tarde, había un bando con los votos emitidos: quince a favor del cacique del pueblo y uno nulo.
Carmen solo deseaba que en un tiempo ese voto nulo fuese el que tuviese peso. El nombre de su hija.