«La quema de la bruja por Déborah Fernández Maestre»

Recuerdo estar entre barrotes y criminales. Maldecía a todos aquellos que habían llenado de oscuridad la sala del juicio, contando mentiras sobre una magia que no es más que la de querer ser libre.  Al principio lloraba, luego insultaba a algún guardia que pasaba por ahí. Esto hacía que me escupieran. ¡Como si su saliva fuera agua bendita!

Parecía una bruja de verdad. Tenía la ropa desgastada y rota, el pelo sucio y enredado, el cuerpo lleno de heridas. De pronto, se abren las puertas de la celda. Estoy en una ensoñación, voy descalza por la calle, con los pies llenos de sangre, sangre que el tiempo borrará del camino. Escucho ruido pero mi mente está bajo el agua. Veo borroso, a lo lejos logro distinguir una hoguera. La Santa Inquisición la rodea formando un círculo. ¿Acaso eso no es un tipo de ritual satánico?

Ahí iba yo, soñando despierta cuando una piedra me tiró al suelo. Al caer, fue como si todos mis sentidos cobraran vida. Levanté la vista y escuché el ruido de las cadenas y los insultos de una multitud enfurecida. Un guardia tiró fuerte de la cadena que colgaba de mis pies y, por arte de magia, estaba de nuevo arriba, renacida y enfadada. Empecé a gritar palabras sin sentido, era como estar poseída por la rabia de la injusticia.

Sonaban las campanas de la iglesia mientras el pueblo gritaba­: ¡A la hoguera! Mientras, solo se me ocurrió decir: llegará el día en que mis hijas se venguen.  Yo ni si quiera tenía descendencia pero esas palabras se encendieron en mí tan rápido como la antorcha encendió la paja de la pila. Al acercarse el fuego volví a estar bajo el agua, escuchando un ruido lejano y recordándome a mí misma que las brujas no arden.