«La reina Isabel»

996 palabras
8 minutos
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Reto creativo «Escribir es invitar»
🏆 Fantasea sobre la vida de un autor o autora que convierte en best seller su ópera prima.

“¡No puedes hacer eso!”, repetía sin parar una madre agobiada por el exceso de quehaceres domésticos. “¡Deja de perder el tiempo!”, decía un padre que no pudo terminar el instituto. “¡Cómo te gusta fastidiar a la gente!”, insistía una hermana llena de juicios y prejuicios. Ante el silencio de un hermano que permanecía encerrado en su habitación, Isabel prefería pasar largas horas en la casa de sus abuelos paternos.

La abuela Chini era la mejor de todas. Siempre entonaba con alegría su famosa frase: “¡Muéstrame esa hermosa sonrisa!”. Tenía una luz y una estrella única. Era el consuelo y el ánimo de muchos y, por supuesto, de su nieta, Isabel. Con tan sólo 10 años, la niña visitaba a su abuelita con entusiasmo y la anciana desplegaba esas meriendas caseras de los siglos pasados. A pesar de vivir a sólo unas calles de distancia, Isabel no tenía permitido quedarse mucho tiempo con sus abuelos, por lo que tenía un toque de queda. Hasta hoy, se desconocen los motivos. 

Isabel era una chica muy inteligente y disfrutaba de las pequeñas cosas de la vida. A veces, parecía que estaba en las nubes o, como solía decir su abuelo Tino, “colgada de una palmera”. A ella, no le importaba lo que decían sus padres, sus hermanos, o cualquier hijo de vecino. Lo único que la joven tenía en claro era su pasión por los libros y sus historias. Quería compartir todo lo que tenía para dar y sabía que la única forma de lograrlo era dejando atrás a quienes no podían acompañarla en la concreción de sus sueños y metas. Su camino era sólo de ida porque, después de ciertos eventos, no hubo marcha atrás. 

Cuando Isabel cursaba el último año del instituto, su abuela Chini enfermó de gravedad y la familia tuvo la desgracia de perderle. Sin embargo, esto impulsó el vuelo de algunos pocos y el hundimiento en el océano de muchos otros. Ya se imaginarán lo que fue para Isabel. Además de su abuelo Tino, nada más la retenía en ese pequeño pueblito del sur de Toledo. Entonces, tras leer una bella carta de despedida de su abuela Chini, la ahora joven de 18 años iniciaba una nueva aventura muy lejos de casa. 

Gracias a un dinero aportado por su abuelo Tino y a unos ahorros que ella disponía, Isabel se instaló en Barcelona para estudiar Filología Hispánica. Claro que podría haber escogido educarse en Salamanca o en Madrid, pero, como podrán suponer, cuánto más lejos de la casa, mejor para ella. De esta forma, evitaba las visitas frecuentes y tenía excusas suficientes para enfocarse en lo que realmente necesitaba: Alejarse de la negatividad cotidiana que le brindaban sus padres y sus hermanos. 

No pasó mucho tiempo para que Isabel se diera cuenta de su talento. No sólo sus profesores la elogiaban, sino, también, sus compañeros. Se sintió afortunada por estar rodeada de personas que apoyaban su potencial y sus sueños de expresar su luz interna. 

Los años pasaron e Isabel se convirtió en una excelente profesional. En el camino, quedaron atrás vínculos y relaciones que no le hacían un aporte positivo a su vida. Y, al mismo tiempo, se ganó la oportunidad de conectar con mucha gente emprendedora y llena de brillo. Este fue el caso de Nahuel, un andaluz que no fue su primer amigo, pero sí el último y el más importante. Con él, empezaron a trazar planes y proyectos, consiguiendo montar su propia escuela de enseñanza de la lengua española.

Los primeros cursos comenzaron en Valencia y, hoy, tienen varias sedes por toda España. Así, las casualidades de la vida, llevaron a Isabel a formar pareja con Jhon, un periodista inglés que llegó a instalarse por trabajo y quien se vio obligado a volverse un bilingüe del español. Aquí fue donde el verdadero viaje empezó para nuestra protagonista.

Su abuelo Tino se vio involucrado en un deterioro repentino de salud y la buena nieta se encomendó a acompañar el padecimiento. Entonces, en aquel pueblito del sur de Toledo, Isabel presentó a su “elegido” ante sus padres, sus hermanos y el anciano convaleciente. No fue una sorpresa para ella escuchar la desaprobación de todos, salvo la de su querido abuelito, quien se alegró muchísimo de ver a Jhon en persona finalmente. La pena más grande para Isabel fue compartir esos pequeños momentos con su Tinito, pues, a los pocos días, sus ojos se cerraron hasta el infinito. Pero, como dice el dicho, “no hay mal que por bien no venga” e Isabel no iba a dejarse abatir. Siempre llevaría en su corazón a sus dos abuelos queridos.

Los meses pasaron y la joven pareja decidió disfrutar de unas pequeñas vacaciones en las playas portuguesas. Jamás imaginaron que sería un sitio que marcaría su destino. Isabel había empezado a escribir una especie de diario íntimo cuando llegó a Barcelona y comenzó sus estudios. Su talento era tan increíble que no podía evitar revelarlo al mundo, o, al menos, a su querido Jhon. 

Fue durante ese pequeño viaje que el hombre de casi 35 años le expuso a su, en ese entonces, “prometida” la idea de escribir una obra con su historia de vida. En la misma, Isabel podría expresar todos sus sentimientos y sanar, de alguna manera, el vínculo frustrado que mantenía con sus hermanos y sus progenitores. “Creo que es una forma de hacer las paces”, fue el argumento que terminó por inclinar la balanza a favor del primer best seller de Isabel. Su ópera prima fue el inicio de muchas más. 

Hoy en día, aquella mujer que salió de un pequeño pueblito del sur de Toledo es un ejemplo para muchas personas que no reciben el apoyo de sus familias para seguir sus sueños. Es una escritora de élite y una extraordinaria profesora de español. Su alias: La reina Isabel. 

Aún así, ella jamás olvidó el gran apoyo de sus abuelitos, Chini y Tino. Isabel, hoy, los honra en sus escritos.

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