LA REVELACIÓN
Tras años sin pisar campo abierto, a pesar de ser una de las pasiones de Micaela, descubre poco a poco en cada inhalación de aire fresco, lo mucho que lo había echado de menos. Y es que, cuando uno desobecede lo que hace vibrar alto su espirítu, entra en una espiral de melancolía y desisdia atrapadarora.
La primera zancada invoca a las sucesivas para alcanzar su objetivo, copar la cima de la montaña. Después de tres horas y treintamil pasos, el sudor se hace tan presente como el impulso de tirar la toalla. Cada vez más, el costo es tan elevado como la inclinación que emerge hasta el final.
Toma una gran bocanada de aire, como si quisiera encontrar en ella la fuerza necesaria para dar el último paso. Eleva su mirada hacia el cielo y se encuentra con una mano tendida que engancha sin dudarlo para dejarse impulsar hasta lo más alto. Expulsa el aire, vaciándose, y en ese vacío, siente una inmensa gratitud. Toma asiento encima de una roca que le proporciona las mejores vistas y una importante revelación.
“Pedro, toda esta gente que va como loca por las calles, dando voces, estresada, malhumorada y sin apenas poder ver lo que tienen delante. ¿A qué se debe?
Hombre Señor, usted les dijo que se ganarían el pan con el sudor de su frente.
¡No me digas, hijo. Pero si eso era una broma! Aunque fíjate, me sorprenden estos que viven en El Vaticano. Míralos, cuánto arte, cuánto majestuosidad y abundancia. Estos parecen pasárselo en grande, como a mí me gusta. El caso es que me pregunto que estos hijos míos de El Vaticano, por qué se les ve tan gozosos.
Está muy claro Padre, estos son los únicos que saben que usted estaba de broma.”