Desde que llegamos a esta nueva casa paso horas encerrada en este lugar, en esta habitación propia que tanto he defendido. Cierro la puerta y siento que levanto una enorme barricada para defenderme del exterior, del ruido, de las voces, de las risas, de todo aquello que distrae mi atención. Fuera de aquí todo me es hostil tanto en cuanto atenta contra mi inspiración, contra mis ideas, las mismas que apenas puedo compartir con los amigos que, de vez en cuando vienen a verme. Son conscientes de que me interrumpen pero yo les ánimo a hacerlo porque con ellos puedo debatir y confrontar. Ellos vienen de fuera de este mundo en el que vivo, apartada en esta nueva casa rodeada de bosques y cercana a un río, al rumor de cuyas aguas me duermo cada noche y despierto cada día.
Hoy vendrá Lytton Strachey o eso me decía en su última carta. Hace casi un año que no nos vemos porque estuvo de viaje. Sus historias sobre la reina Victoria me resultan apasionantes y es un privilegio conocerlas de primera mano, mientras escribe su biografía. Seguramente acabaremos hablando de Orlando y de Vita. Y él mostrará su apoyo incondicional hacia Leonard, mi paciente esposo, al tiempo que se interesará por mi próximo viaje y sobre todo querrá saber si me reuniré con ella, dónde, cuándo y por qué razón continúa siendo mi amante. Le cuesta entender por qué la amo.
Supongo que esta habitación le parecerá insuficiente para mí. Esta nueva residencia en Bloomsbury es bastante más modesta y los espacios, en general, más reducidos. Discutiremos sobre si una escritora como yo necesita más muebles, más luz, más calor o simplemente todo depende de la inspiración. Y a ese respecto, he de reconocer, que las musas aquí no se desenvuelven mal.
Será por eso, porque viene Strachey, que me siento pletórica después de varios días abatida y triste. Leonard se alegra también porque sabe que constituye una fuente de alegría. Con frecuencia me dice que me cambia la cara y el carácter cuando Lytton viene a verme. Siente celos porque no es él quien me proporciona ese gesto feliz. Dice que estoy acostumbrada a su presencia aunque, a decir verdad, en realidad su presencia es puramente física. A él no le pienso y casi no puedo sentirle, aunque le tengo un grandísimo afecto. Aún así, reconozco que la visita de mi amigo me templa el ánimo y sus noticias y rumores sociales londinenses me dejan muy buen sabor y ganas de que vuelva otra vez.
Los días pasan despacio aquí, apartada de la ciudad, lejos del mundanal ruido, arropada por la naturaleza y ese silencio que solo se rompe con el canto de los pájaros, las pisadas sobre la hierba o el crujido de las hojas secas en invierno.
Ya llega. Oigo su voz y escucho sus pasos subiendo la escalera…Ya está aquí…
Saludos Insurgentes