Aine, Uxía y yo llevábamos ya dos noches prófugas. Un mes atrás los inquisidores se llevaron a cinco muchachas de una villa vecina, acusadas de brujería. Después de esto, en nuestro pueblo la gente se asustó y, de repente, cualquier diferencia entre vecinos era motivo de acusación.
Nosotras éramos amigas desde la infancia y nos juntábamos para pasear, charrar, jugar, y a veces compartíamos un poco de orujo, y cantábamos y bailábamos algo embriagadas. ¿Y qué íbamos a hacer sino? Pero unos meses atrás Aine había rechazado a Yago y, sintiéndose este avergonzado y frustrado, comenzó con los bulos sobre nosotras y la naturaleza de nuestras reuniones. Al parecer no le costó mucho poner a la aldea en nuestra contra. Nunca nos dijeron nada a la cara, pero escuchábamos susurros al pasear por la calle, o peor, la gente callaba al vernos pasar. Decidimos huír a una cabañita en el bosque que habíamos construido como refugio para nuestras reuniones.
Hacía especial frío esa noche, y ni la luna brillaba. Las tres estábamos abrazadas, yaciendo en un lecho de paja y tapadas con mantos gruesos de lana.
- Amigas, estoy asustada, no se oye nada esta noche.- susurró Uxía.
- Porque están todos los animales durmiendo.- bromeó Aine, pero ninguna rio.
Me encontraba en medio de las dos, y estábamos tan juntas que noté como Uxía se aguantaba el llanto y temblaba. Me puse de pie de un salto:
- ¡Vámonos!
Sin más, nos cubrimos con las mantas y corrimos por el bosque a oscuras. Al principio solo se oían nuestros pasos, las hojas crujir bajo nuestros pies y nuestros jadeos. Luego ladridos, gritos, ramas quebrándose y el suelo temblar. Al poco tiempo nos tenían rodeadas.
- Os quiero mucho, amigas...- sollozó Uxía.