—Mira, Carlos, el año es como esta mesa de madera. Ves que tiene cuatro patas, ¿verdad? —Yo asentía con la inocencia de un niño que empezaba a descubrir el mundo—. Pues cada pata es una estación, y entre las cuatro consiguen sostener la mesa —decía mientras trazaba las líneas con su dedo índice.
Recuerdo que miraba fijamente a mi abuelo, no solo por sus palabras, sino también por los gestos que dibujaba sobre el aire, como si quisiera que mis retinas se empaparan de la máxima información posible.
—Y ¿qué pasa si una pata cojea, abuelo?
—Pues que quizá durante esa estación hayas tenido momentos complicados —respondía cuidadosamente—; pero siempre habrá tiempo para enmendar esa pata y hacer que ese año haya valido la pena.
—¿Y si no sé cómo arreglar esa pata? ¿Tú me ayudarás, abuelo?
—Yo puedo enseñarte la forma en la que yo lo hago; pero tú tendrás que descubrir tu propia manera de hacerlo.
Reconozco que en aquel momento no lo comprendí, pero guardé aquellas palabras en mi memoria. Es curioso que un niño que no entendía de metáforas tuviera la certeza de que su abuelo hablaba de algo que iba más allá de una simple mesa. En mayo de 2009 pensé que aquella primavera cojeaba de tal forma que haría que la mesa cayera al suelo; pero pronto entendí que él siempre estaría presente en mis historias.
Esta semana el sol se esconde ya una hora más tarde, y sobre las calles se intuyen nuevos matices en la tonalidad de la luz. Los rayos de primavera se reflejan sobre algún punto de aquella vieja mesa de madera, mientras yo, con gesto emocionado, sigo escribiendo en su memoria, aprovechando la energía que nunca se marchó de aquella habitación.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes