Parecía haber pasado una eternidad desde que comenzó el viaje. De ahí que no recordara cuándo llegó la idea, ni el desbordamiento que encaminó hacia la tajante decisión de realizarlo, que la transformaría para siempre, creando una perspectiva tan diferente respecto a todo. Tan llena de posibilidades. Tan hermosa.
Avanzó con rapidez al principio, hasta que descubrió entre tierra y vegetación claros signos de otros seres que, como ella, habían pasado antes por allí. Se preguntó qué habría sido de ellos, si seguirían vivos, si lograron alcanzar la cima, o a sí mismos, por abstracto que parezca, y si encontraron alguna ayuda o influencia celestial.
A cada paso era invadida por pensamientos, recuerdos y, en ocasiones, sueños de su existencia. Y aquel variopinto mejunje de contrariedades le llevó a planear qué hacer si era cierto que cuando llegara al final conservaría cierto control sobre las cosas. Pensó tanto en el daño y dolor sufrido como en quienes lo infringieron, e ideó crueles castigos para vengarse y condenarles a unas vidas miserables. Al mismo tiempo que divagaba y progresaba, observó a grupos de personas luchando por alcanzar cimas de montañas cercanas. Vio cómo caían, fracasaban, maldecían, sangraban e incluso morían, y comprendió que tal vez no era la única portadora de sufrimiento, y que el rencor solo la envenenaría, en lugar de sanarla.
De pronto, sin apenas ser consciente, llegó hasta su destino. Y allí, contemplando todo desde abajo, descubrió que sus poderes seguían intactos, así como su divinidad, algo que jamás lograrían los hombres y mujeres que distinguió por el camino. Entonces, en aquel instante, decidió no cambiar nada y no abusar de su influjo, porque el objetivo, su verdad, era marcar la diferencia. Sino, ¿de qué otro modo podría una montaña escalar una montaña?


Enhorabuena!
Saludos Insurgentes.