Todas corríamos detrás de la misteriosa mujer que nos había rescatado de la celda.
Podíamos escuchar los ladridos de los perros y los gritos tras nosotras, cada vez más cerca.
—¡Quietas!, vamos a darles a esos estúpidos algo de magia. Cogeros de las manos, correremos juntas hacia el Este. —dijo deteniéndose ante un tronco.
Apartando unas ramas destapó dos vasijas con líquido y agarró una cuerda que parecía abrir la puerta de una jaula, metros arriba en la copa del árbol.
—Preparadas. —susurró
Vertió el líquido de una botella en otra y empezó una tremenda reacción. Humo denso brotaba haciendo un siseo y llenándolo todo de niebla. Tiró de la cuerda y ocho cuervos -ocho como éramos nosotras- salieron de su jaula graznando mezclándose con el humo.
Nuestros perseguidores lanzaron piedras al aire intentando cazarlos al vuelo.
—¡Malditas brujas, se van volando! —alcanzamos a escuchar.
Así despistamos a nuestros captores y anduvimos hacia el este junto a esa extraña mujer. Una vez nos puso a salvo, se marchó sin despedirse.
Desde ese día por esa zona, se nos conoce como "Las mujeres cuervo".