Se sentía viva de nuevo. El aire corría y envolvía su cara, agitaba sus cabellos y secaba las lágrimas que recorrían sus mejillas. Estaba orgullosa de lo que habían conseguido. El plan había funcionado y se encontraba dirigiendo el caballo que arrastraba un pequeño remolque lleno de paja. Sus dos compañeras, que habían permanecido ocultas, asomaron la cabeza cuando Ingrid dio el aviso de que ya no había peligro.
Se dirigían a su refugio en el bosque, ese que nadie conocía. Ese que habían logrado guardar en secreto a pesar de las torturas.
Marta, Allegra e Ingrid bajaron de ese carruaje que les había devuelto la libertad y descendieron por un agujero hasta un pequeño sótano.
Habían perdido a Enya, ella no pudo soportar el dolor y murió a causa de aquella barbarie.
Las habían arrestado por confiar en quien no debían. No comprendían por qué sus conocimientos sobre plantas medicinales, sus reuniones en el bosque para celebrar el milagro de la naturaleza, su sabiduría sobre temas reservados a los hombres podían ser motivos suficientes para apresarlas y someterlas a prácticas inhumanas con tal de que renunciaran a todo aquello y adoraran a un dios que no conocían.
¿Cuál era el sentido de hacer daño a otras personas solo porque eran diferentes? ¿Quién decide que algo está bien o está mal y con qué criterio?
⸺¡Esos salvajes! No puedo acallar los gritos de Enya de mi cabeza. ¿Qué sentido tiene esto?⸺ sollozó Allegra.
⸺Enya era un ser de luz. Luchó por hacer de este mundo un lugar mejor, ayudó a muchas personas con su palabra o sus recetas. Nosotras continuaremos esa labor, enseñaremos a otras mujeres. No importa lo doloroso que sea el camino, pues la libertad y el amor deben prevalecer siempre⸺ sentenció Ingrid.