Te vi a lo lejos y me gustaste al instante,
Tan grande, tan fuerte, tan robusto
y a la vez amable.
Tu color era de un gris brillante
como la dura roca, mojada por las aguas de un río.
Nerviosa, me fui acercando a ti
al ver que tu sonrisa me invitaba,
y tu olor simplemente me envolvió
en una magia nunca antes vivida.
Pero al llegar a ti, quise tocarte
y te deshiciste entre mis yemas en un instante.
Ya no eras la roca que yo creía,
solo fuiste el olor agradable de algún incienso,
que hizo de ti una figura con sus cenizas,
manchándome los dedos de gris.
Entonces, me llevé las manos manchadas a mi pecho herido,
y se llenó mi corazón de gris por completo.
Saludos Insurgentes