«Los colores de la felicidad.»

Cuando amaneció los colores ya estaban desordenados, nadie sabía como había ocurrido y tampoco el motivo por el cual había pasado, tan solo se despertaron y admiraron el nuevo mundo que les había quedado, un nuevo mundo que ahora iban a tener que volver a descubrir y que estaba lleno de nuevos aprendizajes a los que se iban a tener que someter, pues ya nada era tal y como lo conocían. 
Laura se despertó en una cama rosa, aunque recordaba perfectamente haberse acostado en su cama habitual, envuelta por su colcha preferida que siempre había sido de color magenta, a juego con las sábanas que la anterior mañana había lavado, recordando perfectamente como disfrutó de la suavidad de estas que estaban tan limpias y acogedoras. Luego, al levantarse para admirar el cielo tal y como lo hacía cada mañana descubrió un cielo de color morado que parecía haber sido sacado de un cuadro, acompañado de árboles azules y pájaros que cantaban revoloteando al rededor y luciendo sus nuevos colores, más vivos y brillantes, dorados, verdes y azules. Al salir a la calle todas las casas también habían cambiado de color, los parques no eran verdes si no amarillos y las flores eran negras. La gente estaba asustada, sorprendida, confusa, pero Laura se encontraba fascinada, descubriendo cada esquina de su nueva ciudad, pellizcándose para asegurarse de que esas imágenes no eran fruto de un sueño. Y así se fue feliz a trabajar, al contrario que la anterior mañana que paseó por su típica ciudad de casas grises y blancas. Por primera vez en mucho tiempo era feliz, admirando su nueva vida llena de color, completamente enamorada de ese nuevo mundo, ese nuevo mundo que era su mundo ideal. Ese día se reconcilió con la felicidad justo después de hacerlo consigo misma.