El día en que intenté evitar mi muerte, era un martes por la mañana. Las rosas rojas pintadas en el plato de cerámica brillaban por la grasa de la tocineta y los huevos fritos, devolviéndome una mirada triste y antigua, recordándome que hoy es mi cumpleaños, pero nadie lo ha notado. Mi madre movía muebles de un lado a otro, como que yo no estaba; todo lo que le importaba era la celebración del equinoccio de otoño, la fiesta más importante de Mabón en la que el pueblo basaba su identidad. Creían que en estas fechas, las sombras de nuestros antepasados cruzaban portales. Ancianos atrapados en tradiciones ficticias. Desde que tengo memoria, mi cumpleaños siempre ha sido sobre el festival y menos sobre mí. Pero hoy es mi cumpleaños 18, y lo único que amaba de esta época eran los colores, los naranjas y amarillos que invadían el pueblo. La transición de los árboles era hermosa. Me gustaba pensar que era para mí, un regalo anual de la naturaleza.
En la puerta, estaba a punto de irme cuando recordé que no le había avisado a mi madre. Aunque no creía que le importara.
– Mamaaaá, voy al bosque, vuelvo en la tarde – grité desde el porche. No hubo respuesta. Atrapada en su obsesión con el festival.
Adentrándome en el bosque, me sentía especial. Las hojas caían a mi paso y la brisa me pegaba en la cara. Eran las 12 del día y el sol brillaba con una fuerza que jamás había visto. Se hacía más y más fuerte hasta que no pude mantener los ojos abiertos, hasta que me di cuenta que no era el sol lo que brillaba, era una luz distinta, un destello sobrenatural en el claro donde decidí pasar el día. Cuando el resplandor se hizo intolerable, comenzó a disminuir y fue entonces, en medio de esa tenue luz, que lo noté. Un ser con ropas blancas que no parecía de este mundo, porque no lo era. Mi abuela, muerta hace más de 10 años, estaba aquí frente a mí.
—Hola, hija —me dijo con una voz tranquila, sin dejar de brillar.
—¿Abuela? ¿Cómo estás aquí?
—Es el equinoccio de otoño.
—Pero todas esas historias son mentiras, no es posible.
—Bueno, aquí estoy ¿o no? Ven conmigo. Vencida por este argumento, no tenía más opción que seguirla. Mientras nos adentrábamos en el bosque, entendí que jamás había estado en esta parte, árboles gigantes, hojas más vivas y la brisa perfecta. Simplemente flotaba junto a ella.
—¿Y cómo es que nunca te había visto antes? Te he extrañado.
—Lo sé, pero no debemos extrañar a los muertos; estamos en otro plano, no físico. El equinoccio nos permite hacer visitas, y no me habías visto porque no tenías la consciencia; hoy cumples 18, ¿recuerdas?
Las palabras no salían de mi boca. Por un lado, estaba feliz de verla, por otro, no entendía lo que pasaba. Tenía que asumir que las mentiras del pueblo, eran hechos.
— ¿Pero eso es todo? ¿Ustedes vienen y ya?—Bueno, no todo, hay algo más que debes saber. — Su voz se volvió profunda, evocando terror. —Para mantener la tradición y los portales abiertos, debemos hacer ciertos sacrificios.
—El banquete del equinoccio, sacrifican animales y ofrecen agradecimiento a las sombras de nuestros antepasados para garantizar prosperidad, lo se.
—Sí, pero no son animales Lucía, son personas. Para abrir el portal, se necesita un sacrificio humano al azar; el pueblo debe dar para recibir.
Si antes estaba confundida, ahora estaba perdida. ¿Cómo pasé de un desayuno normal con huevos tristes a enterarme de que en mi pueblo matan personas cada año y las comemos? La ansiedad se apoderó de mí. Tuve que sentarme. Me sentía liviana con todo el peso de la noticia.
—Hija, tranquila, esto es normal.
—¿NORMAL? —le dije con los ojos abiertos como platos. ¿ Qué de todo esto te parece normal? ¿A quién le toca hoy? ¿Lo sabes?
—Bueno, precisamente por eso estoy aquí, contigo. Sacó un pergamino dorado en el que se leía "LUCIA". No temas, estoy aquí para ayudarte a cruzar.
—¿Cruzar? ¡NO! Me rehúso. Con la última fuerza de mi cuerpo, empecé a correr de vuelta a casa. Tenía que avisarle a mamá de lo que estaba pasando. Ella no permitiría que me eligieran. Quizá podríamos mudarnos o detener toda esta locura, pienso en el camino. Las lágrimas se secaron con la brisa, y por fin, llegué al pórtico de la casa.
—Mamá, mamá —insistí sin respuesta. La busqué por todos los rincones en los que podría estar y nada. Vi una pequeña luz al final en el patio, como iluminado por velas. Al llegar, encontré a un grupo de personas rodeando un objeto, como un club de la pelea se reuniría para observar. Me abrí paso entre la multitud como pude y lo vi: una mesa de madera yacía en el medio, y sobre ella, una Lucía rodeada de flores de otoño, inconsciente, tranquila, en paz, muerta. Mi madre, con el semblante triste, estaba al lado de dos hombres en batas blancas, quienes recitaban: "Sombras de nuestros antepasados, te presentamos el sacrificio de este año, procura prosperidad y abundancia a Mabón ". Mientras tanto, a lo lejos las mujeres encencian las estufas y preparaban platos y cubiertos.
Fin.
👏
Saludos Insurgentes