Bernardo era anciano pero su espíritu inundaba de una jovial alegría a todo aquel que se acercaba a su humilde granja, ubicada en la falda de una montaña volcánica. Se dedicaba a pastorear sus cabras y trabajando en la huerta era feliz,
Repetía frustrado a unos periodistas belgas la leyenda de la montaña cuya cima, se decía desde tiempos de sus ancestros, conectaba el mundo terrenal con el celestial.
Había escuchado relatar a su padre cientos de veces, como su bisabuelo había alcanzado la cima, y según prometía la leyenda, había recibido un mensaje directo de los dioses.
La montaña llevaba tiempo resonando y las gentes del pueblo hacia días que empacaban sus pertenencias más valiosas ante el inminente despertar del volcán, pero el granjero seguía haciendo su vida normal, a pesar de los avisos de evacuación.
9 chimeneas brotaron de las entrañas de la tierra y la lava comenzó a imponerse en la ladera.
Las autoridades insistían en que Bernardo debía trasladarse con sus animales, pero ante su negativa necesitaban una orden del juez para evacuarlo. Bernardo aseguraba que la lengua de lava no tocaría su casa.
Todos pensaban que su locura había estallado súbitamente, como el volcán, que ya lo había hecho hacia 50 años, pero que anteriormente llevaba 300 años dormido.
Bernardo aseguraba que las tierras de sus antepasados estaban protegidas por los dioses. Su familia, había custodiado el secreto mensaje que recibió su bisabuelo al alcanzar la cima.
En las noticias de todo el mundo se observaba con asombro como la casa de Bernardo estaba intacta. La lava rodeo sus tierras como él predijo. Su cuerpo apareció petrificado admirando la montaña.
FIN