Felisa abrió la puerta y, tras ella, encontró a su familia al completo. Al verla, todos gritaron al unísono:
- ¡Feliz cumpleaños, abuela!
Ella, abrumada por aquel recibimiento, replicó:
- Pero, ¿a qué se debe tanta fiesta?
- ¿Te parece poco que hoy celebremos tu noventa cumpleaños? Te mereces esto y mucho más. - Replicó uno de sus nietos.La anciana, miró al pequeño y le sonrió, antes de volver a tomar la palabra:
- Ojalá alguien me hubiera dicho, esto mismo, hace muchos años, cuando era poco más mayor que vosotros. Era todo tan diferente por aquel entonces...
- ¿Por qué dices eso, abuela? ¿Qué es lo que ha cambiado en este tiempo? - Preguntó la nieta más pequeña.- Os voy a contar cómo era mi vida, poco antes de que terminase el colegio. - Repuso Felisa – En aquel entonces, las mujeres teníamos tres funciones básicas en la vida. Realizar las tareas del hogar, tener hijos y satisfacer las necesidades de los hombres, cuando regresaban a casa después de trabajar. Pocas éramos las que acudíamos a la escuela y, prácticamente ninguna, podía asistir a la Universidad e intentar progresar socialmente. Un día, nos coordinamos unas cuantas zagalas y montamos una manifestación frente a una facultad para reclamar nuestros derechos. Aquella fue la primera de muchas. No os hacéis a la idea de la cantidad de veces que visité los calabozos de la comisaría y las brutales palizas que recibí por defender algo tan básico, hoy en día, como lo es una educación igualitaria para todos.
Como los niños la escuchaban boquiabiertos, la anciana hizo un último alegato:
- Así que, queridos míos, antes de declinar cualquier oportunidad que os plantee la vida, recordad que, hace años, hubo quien luchó para que tuvierais los derechos que ahora disfrutáis.


Me ha encantado.
Saludos Insurgentes
Bonito relato Omicron.
Saludos,
Carol.