«Mi yo valiente»
No soporto ese punto que tiene de cobardía, que le impide enfrentarse a su madre y pararle los pies para que deje de meterse en nuestro matrimonio. Esa mujer pretende organizar nuestra vida y empiezo a estar muy harta.
Según salía vi que estaban en la estantería de la entrada, los cascos, mi móvil y el tabaco de Javier.
Así que lo cogí todo, salí dando un portazo y eché a andar calle abajo.
Por suerte a estas horas de la noche, el pueblo estaba tranquilo y no me crucé con nadie.
Hacía más de dos años que había dejado de fumar. Pero inconscientemente encendí un cigarrillo y aspiré el humo con ganas. El primer instinto fue echarme a toser como una loca. Pero me aguante la tos y exhalé el humo despacio, disfrutando el sabor del tabaco en mi boca.
—¡¡Me cago en la puta!! —me dije a mí misma —por culpa de las broncas con este tío voy a volver a fumar, ya verás. Claro que lo dejé casi obligada por no escuchar a su madre. Yo no quería dejarlo, pero estaba tooodo el puto el día diciéndome que si dejaba de fumar, sería más fácil quedarme embarazada.
La cuestión es que a mí me gusta fumar y no me gustan los niños. Bueno sí me gustan, pero no tenerlos ahora. ¡¡Así que a tomar por culo!! Fumaré otra vez si me da la gana. O lo dejaré, si me da la gana también. Y no porque me lo diga una bruja como ella.
Me puse los cascos y busqué música tranquila en Spotify.
Entre la música y el tabaco, seguro que en una ratito llegaría a casa más relajada y con cero ganas de discutir.
Sin darme cuenta había llegado al molino abandonado que estaba casi a un kilómetro del pueblo.
El primer cigarro lo había tirado hacía un rato, pero mi cuerpo empezaba a pedirme otra vez nicotina…
Así que abrí la cajetilla y encendí otro.
Con el rabillo del ojo vi que algo se movía en la oscuridad de la noche y me giré, pues estaba convencida de que era Javier.
Sentí un fuerte golpe en la cabeza y de pronto esa oscuridad se volvió absoluta.
Cuando abrí los ojos el zumbido en mis oídos era insoportable, por no hablar del dolor de cabeza y el mareo.
Conseguí fijar la vista en un punto de luz lejano y fue entonces cuando vislumbré la figura de un tipo sentado frente a mí.
Le dio un calada al cigarro y por unos segundos se iluminó su cara, pudiendo ver como me miraba fijamente.
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando le reconocí.
Nunca me gustó su manera de mirarme cada vez que nos cruzábamos por el pueblo.
Era una mirada mezcla de obsesión, odio y desprecio.
El fogonazo de luz inesperado que me iluminó la cara, me dejó ciega durante un rato. No verle y no controlar su posición, me hizo entrar en pánico al sentirme vulnerable y absolutamente abandonada a su voluntad.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que tenía las manos atadas a la espalda. Y que la cuerda que me ataba fuertemente a la silla, casi no me dejaba respirar. Una cinta adhesiva pegada en mi boca me impedía gritar y hacía que mi respiración sólo por la nariz, fuera rápida y agitada.
El pánico seguía apoderándose de mi cuerpo y de mi mente. Pero en un segundo de lucidez, pensé que lo mejor que podía hacer era no dejar mostrar el miedo que me invadía.
Así que busqué en lo más recóndito de mi ser a mi yo valiente.
Y ahí estaba, agazapada detrás de mi corazón con su espada y su escudo dispuesta a luchar para mantenerme viva.
No podía gritar, pero lo intenté dejando salir de mi garganta sonidos guturales para llamar su atención.
Y lo conseguí, pues de un fuerte tirón me arrancó la cinta adhesiva de la boca y me advirtió que no se me ocurriera gritar.
Le di todo el poder a mi guerrera valiente y mirándole fijamente a los ojos le dije sin pestañear:
—Javier me estará buscando, y con él la policía. No me das ningún miedo.
—Tu maridito ya no será un problema. Qué fácil ha sido engañarle. ¡¡Con lo listo que ha parecido siempre!! Pobre, que manera de suplicarme que no le hiciera daño… Ha tenido el privilegio de ser el protagonista y principal testigo de mi destreza con el arma más precisa que ha creado el ser humano. Nunca te cuidó cómo debía. Así que ha tenido el final que merecía. Ahora el privilegio de tenerte, será mío para siempre.
Se acercó a mi rostro jadeando y yo giré la cara en un acto de absoluto desprecio, instante en el que vi la catana cubierta de sangre.
Y siendo consciente de que sería mi último acto de valentía, volví a mirarle fijamente sabiendo que mis palabras destrozarían su orgullo viril:
—Un cobarde de mierda como tú, no es lo suficientemente hombre para la pedazo de mujer que soy yo.
Levantó la catana con rabia y noté su frio acero en mis tripas.
Comenzó a salir de mi boca sangre a borbotones, pero sacando fuerzas de dónde ya no las había le solté:
¡¡Javier siempre será el amor de mi vida!!
Lo último que vi antes de cerrar los ojos, fue a su hermano clavándose una y otra vez la catana en su propio cuerpo y dejando salir desde lo más profundo de su garganta, un grito desgarrador.
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De lectura fácil y fluida.
La frase, "Y ahí estaba, agazapada detrás de mi corazón con su espada y su escudo dispuesta a luchar para mantenerme viva", es apoteósica, y define todo el relato.
El giro final es excelente
Saludos Insurgentes