No sé muy bien como he llegado hasta aquí. Oigo de fondo los sollozos de mi madre, y a la gente abuchearme. Ayer me capturaron y me acusaron de brujería. Sé que no soy una bruja, aunque tampoco he estado muy unida a Dios a pesar de ser de una familia cristiana. En este momento me estoy acordando de él. El Padre ha venido para confesarnos y absolvernos de nuestros pecados. Si realmente Dios nos ha perdonado, no entiendo por qué tienen que ahorcarnos.
Bueno, la ahorca es una muerte menos dolorosa. He observado cuando queman a las personas y prefiero morir como lo voy a hacer. Nos están enjuiciando, y exponiendo los hechos que nos hacen brujas y pecadoras. Pero a pesar de que los estoy oyendo, no escucho absolutamente nada.
Somos tres. Helena no para de llorar y de rezar. Airina y yo nos mantenemos serenas e inmutables.
Supongo que nuestras acusaciones tendrán que ver con las visitas de noche al bosque. Nos gustaba jugar a ser hadas. Hacíamos una hoguera y cantábamos y bailábamos alrededor de ella. Ahí nos sentíamos libres. Éramos nosotras mismas. Nos cuidábamos y queríamos. Estar entre la naturaleza bajo la luz de la luna, sabiendo que había ojos de animales detrás de los arbustos observándonos, hacia que todo pareciera mágico. Una noche Airina me besó... Nunca me habían besado así. Ella siempre me hablaba lo que escuchaba sobre los poemas de Safo, pero nunca me dijo quien se los contaba. Esas noches de bailes y diversión es lo que me llevo. Tengo 19 años y toda mi vida la he dedicado al cuidado de mi familia. Ahora se las tendrán que arreglar sin mi. Nunca le he encontrado mucho sentido a la vida. Así que morir por vivir, es morir por bien.