La encontré reclinada en una silla frente al féretro, con los codos apoyados en sus piernas, mientras trataba de cubrir la mayor parte de su rostro con sus esbeltas manos.
Me acerqué hasta ella y puse mis manos sobre sus hombros, para transmitirle todo mi apoyo, en aquel momento tan difícil. Al sentir el contacto, se estremeció todo su cuerpo. Supongo que su mente vagaba pérdida entre el recuerdo y la pena y no se había apercibido de mi presencia. Rápidamente, se irguió y se giró. Al verme, se levantó de la silla, se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza. Las lágrimas brotaban, abundantemente, de sus ojos demacrados por el llanto y la falta de sueño.
Permanecimos abrazados durante dos largos minutos en los que ella no pareció encontrar ningún consuelo. Finalmente, tomándola de los hombros y separándola de mí unos centímetros, conseguí que alzara la vista y me mirara.
- Lo que ocurrió no fue culpa tuya. – Intervine. – No pudiste hacer nada por evitarlo. La actuación se hizo siguiendo el procedimiento definido y algo salió mal. Sin embargo, nadie habría podido evitar este fatal desenlace. No puedes culparte por algo que era impredecible.
- No es verdad, Paula. Debería haber sido yo quien hubiera intervenido. Yo tendría que estar en esa caja y no él. – Replicó.
- Pero qué tonterías estás diciendo, Melissa. Félix tenía mucha más experiencia que tú. Era la persona adecuada. ¿Cómo crees que se sentiría él si fueras tú la que estuviera ahí? Tienes toda una carrera por delante para poder demostrar al Cuerpo y a ti misma que, entregar su vida, permitirá salvar muchas más. Así que, de ahora en adelante, solo quiero ver brillar esos ojos, tan despiertos que tienes, de alegría y felicidad. Ni una lágrima más. ¿Entendido?
Saludos Insurgentes.