Empiezo a notar el calor acercándose a las plantas de mis pies y el humo, resultado de las llamas que prenden la madera sobre la que mi cuerpo está amarrado, comienza a cegar mi visión.
Las lágrimas se derraman sobre mis mejillas, cada vez son más y caen hasta mi pecho donde mi corazón late cada vez más rápido y fuerte.
Es curioso porque el dolor que siento en estos momentos no es tan fuerte como el dolor y la rabia que ahora me provocan mis recuerdos, recuerdos de actos de bondad para curar y salvar vidas, hierbas, brebajes y pociones que calmaron el dolor ajeno y que hicieron desaparecer enfermedades de quien creyeron en mí y acudieron en mi ayuda. Actos de bondad, de medicina natural que no fueron comprendidos como tal y que me han traído hasta aquí, hasta la hoguera que, aquí y ahora, acabará con mi vida.
A lo lejos, detrás de todo esa gente que me grita e insulta, todavía consigo ver, aunque ya algo borrosos, a mis hijos y esposo. Hijos míos, no creáis a esta gente, ni soy bruja ni he hecho brujería. Esos que lo afirman y que me han condenado son necios, ignorantes e incultos que no ven más allá de lo que quieren ver. Creced con la firmeza de que ayudé a mucha gente, de que calmé muchos dolores y salvé muchas vidas. No escuchéis a esos necios sordos, creed en nuestra verdad y mantened vivo mi recuerdo en vuestros corazones. Sólo espero que, antes de volver a encontrarnos, el mundo haya avanzado lo suficiente como para que podéis decir orgullosos que vuestra madre ya fue pionera en ese tipo de medicina y os pidan perdón por haberme matado injustamente.
Siento mucho dolor y mucho calor, ya no puedo respirar.