«Nuestra primera vez»

Segundo lunes de septiembre...

Anoche dejé la ropa preparada en la silla de mi habitación y hoy, sin embargo, no lo tengo claro. A ver, algo discreto y formal, para que me tomen en serio. Voy a estar rodeada de hombres que van a mostrar más interés en mis curvas que en mi cerebro. Venga, la falda estampada con la blusa blanca. Bien, no trasparenta el sujetador. Como dice la canción: ¡me siento seguraaaaa!
Tengo decidido tomar asiento en la primera fila. Con lo que me ha costado que me admitan, hay que empezar a lo grande.
Otro dilema: el almuerzo. Sí, tomaré algo ligero; tengo el estómago cerrado por los nervios. Para el primer día es suficiente con enfrentarme al aula. La cafetería, ya si eso, más adelante. Solo imaginar que se me cae la bandeja y a todos mirándome y riendo...
¡Ay, Clarita! ¿Qué te diría Sor Inés en este momento? Me miraría fijamente, cogería mis manos entre las suyas y, muy bajito, como siempre hablaba ella:
- Clara, usted va a hacer cosas grandes. Es lista, enérgica. Conseguirá lo que se proponga. No deje que nadie le diga lo contrario. Intentarán apartarla, someterla; manténgase firme.

Primera clase en la facultad de Medicina...

- Buenos días y bienvenidos a todos, a usted en especial, señorita Clara. Caballeros, no saben la suerte que tienen de ser los primeros en compartir aula con esta mujer. Esto pasará a la historia y, cuando sean abuelos, que lo serán, aunque ahora les parezca que eso queda muy lejos, podrán decir a sus nietos: yo pertenezco al grupo de los primeros hombres que comprobó de primera mano cómo las mujeres iban a cambiar el mundo.
Medio centenar de pares de ojos se posan sobre mí. Creo que me abrocharé un botón más de la blusa.