Dos. Tres. Cinco. Siete. Once. Trece.
Desde la llanura y mirando la silueta de la montaña la iba escalando con sus pequeños dedos. Primero índice y luego corazón.
Los llamaba escalones mágicos. Aquella silueta era un símil a como imaginaba los números en su cabeza.
El dos una forma. El tres otra distinta. El cinco era bastante tranquilo. Y si unías forma tras forma su trazo ascendía y calcaba el de esa montaña.
Diecisiete. Diecinueve. Veintitrés. Veintinueve. Treinta y uno. Treinta y siete. Cuarenta y… No. Solo cuarenta no. Falta uno. Así no encaja.
Cerró el puño y empezó a golpearse la cabeza. Su montaña ya no era aquella montaña. Nunca la encontraría.
¿Dónde estaba la montaña que era igual que sus números? En sus sueños siempre la veía, pero ahí fuera no la encontraba.
Continúo dándose golpes en la cabeza e inició un suave autobalanceo que siempre lo calmaba.
- No puede ser. No puede ser. Otra vez no. – Decía una y otra vez.
- ¿Qué pasa Óscar? ¿El qué no puede ser? - preguntó Nicolás.
- ¿Es que no lo ves? – dijo enfadado – No es esta montaña. ¡Ninguna encaja!
- Claro que no lo veo Oscar, ¡qué soy ciego! – dijo desesperado mientras se señalaba los ojos - ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?
- Qué más da que no veas, ¡sino cuadra! – le exclamó.
- ¿Cómo qué que más da? – dijo con un aspaviento de manos - ¿Se me olvida a mi que tu tienes Asperger? A la próxima me pongo un pictograma en la frente a ver si así lo entiendes.
- Qué da igual. ¡Falta uno!!
- ¿Cómo que falta uno? – dijo Lucía que acababa de llegar – Si es un cromosoma yo siempre he tenido uno de más. Ea, te lo doy y ya tiene los 41 Óscar.