«Palabras vacías»

Un hombre de mediana edad, miraba a luz de la lámpara de araña, cuya réplica se encontraba en cada una de sus córneas. El tic tac del reloj de la pared, servía para camuflar su respiración entrecortada.
 
Se trataba de uno de los muchos casos del Síndrome del Impostor. Dos grados superiores, un máster, y nivel C2 en inglés; camuflados en un intenso miedo a ser la mayor farsa de todos los tiempos. Seguía sin entender bien, por qué le habían elegido a él, para formar parte de una reunión tan importante. De repente, oyó una voz, que le hizo bajar de su nube de pensamientos intrusivos:

- Sr. Díaz, ¿Qué opina al respecto?

Se quedó perplejo. Llegó su momento, en el que tenía que demostrar delante de diez personas, esas habilidades de las que tanto dudaba. Sus pulsaciones tomaron un ritmo muy acelerado. Su boca se quedó completamente seca, como una piscina en invierno. Contó hasta tres en su cabeza, para articular, un conjunto de palabras, que formarían su mayor temor hecho realidad:

"Está muy bien fardar de ser una raza superior, que controla desde hasta los átomos hasta la galaxia. Pero a la hora de la verdad, un par de papeles morados, se tratan de los restos de aquellos héroes, que aceptan nuestro dióxido de carbono, y nos lo devuelven en forma de oxígeno sin pedir nada a cambio. ¿No creéis que debemos una disculpa por cada plástico ingerido por los peces, una compensación para remediar las vidas despellejadas al son de la agonía? No sirve compartir una publicación a tu perfil de redes sociales, si luego tiramos las colillas al suelo. ¡Basta ya de palabras vacías! Es hora de que lleguen los hechos. Tal vez lo que nos hace humanos, paradójicamente, también es lo que nos aleja de serlo."