Como cada noche, cuando la luz cedía a la oscuridad, me daba un largo paseo hasta la colina y regresaba tranquila, un poco más en paz conmigo misma y con el mundo. Me encantaba ese momento del día cuando las casas parecían recuperar vida y las luces del interior invitaban a cobijarse bajo su seguridad.
Una de esas noches, al pasar al lado de un contenedor de basura, algo me llamó la atención. Esparramados a los pies del contenedor de papel, encontré un montón de cartas y fotografía rotas. A pesar de la saña con las que las habían roto, daba la sensación de que habían tenido una punzada de arrepentimiento abandonándolas a los pies de contenedor en vez de mandarlas a reciclar. Con un impulso lo recogí todo y mirando en todas direcciones como una ladrona, salí corriendo hacía mi casa.
En el fondo, sabía que no había actuado bien, estaba invadiendo la intimidad de esas personas, pero pudo más la curiosidad que la conciencia.
Comencé con las fotografías. Unas rasgadas con rabia, en otras habían recortado la cara de Lorena. Me recordó los recortables que tanto me gustaban cuando era pequeña, pero al verlo en las fotografías pude imaginar la pena y frustración entre los filos de la tijera. En la mayoría aparecían un Javi y una Lorena sonrientes, con miradas ilusionadas, enmarcados en escenas idílicas, ajenos a la tragedia que algún día asolaría sus vidas. Los dos eran jóvenes, guapos y enamorados. Sentí una enorme envidia, ninguna de mis parejas me miró nunca como Javi miraba a Lorena, parecía que no había nadie más importante en el mundo.
Dejé las cartas para el día siguiente, tenía que dosificar. El paseo hasta la casa de la colina fue igual que todos los días, pero mis pies iban más ligeros, ansiosa por comenzar la reconstrucción de esas dos vidas.
La tarea fue complicada, faltaban fragmentos, pero con paciencia pude hacerme una idea. Todas estaban escritas por Lorena a Javi, con una letra redondita, ordenada, algo infantil incluso. Comencé a sentir una mezcla de pudor y morbo cuando leía cosas como “Javi eres lo más bonito que me ha pasado en la vida” o “no puedo imaginar una vida sin ti”. Así empezaba una historia de amor que según lo que estaba viendo podría haber durado unos cuatro años.
Lorena se comunicaba por medio de cartas y notitas tipo post it. ¿Le costaba hablar con Javi o es que se expresaba mejor escribiendo? Me parecía extraño, yo soy una persona directa, que va al grano sin necesidad de dar rodeos y pienso que la mejor manera de decir las cosas es mirando a la cara para ver la reacción del otro. Quizás me hubiera ido mejor en la vida escribiendo notitas empalagosas que siendo tan sincera, quien sabe.
Tras vivir en una nube de algodón, las cosas empezaron a torcerse y Lorena cambió su actitud hacia Javi. En sus cartas empezó a halagarse a sí misma. Quizás necesitaba un poco de agradecimiento por su dedicación, decía cosas como “ ayer fue nuestro segundo aniversario, no habrá muchas novias que escriban esas cosas tan bonitas como yo”. Más tarde comenzaron los reproches...”Javi no sé lo que quiero y tu no me ayudas”. Una carta en particular era tan íntima que no pude acabarla, en ella Lorena mostraba su insatisfacción en la cama “eres un egoísta que solo va a lo suyo”. Hasta la letra había cambiado, ya no era tan redonda y concentrada, tenía altibajos, vacilaciones.
¿Qué pasó Javi? ¿Se cansó de ti o tu dejaste de mirarla de la misma manera?
Que las relaciones tienen fecha de caducidad es algo que yo he vivido en muchas ocasiones. Pero han sido rupturas racionales, frías, sin escenas ni reproches. Ahora pienso que no había suficiente amor. Pero no dejo de preguntarme cuanto sufrimiento habría en Javi para romper y hacer desaparecer todo lo relacionado con Lorena. ¿Tanto daño te hizo?
Sin querer me estaba posicionando al lado de Javi, le imaginado solo, dolido, desesperado.
Me estaba obsesionando con la historia, decidí tirarlo todo, dejarlo en el contenedor de donde no tenía que haber salido. Cuando lo recogía, en el reverso de una carta, encontré una dirección. Me resultaba familiar, la busqué y me tuve que sentar. Era la casa de la colina.
Todavía con las cartas en una bolsa, me dirigí a la casa. Esa casa estaba deshabitada o al menos eso pensaba, porque nunca había visto a nadie allí. Esa noche por una de sus ventanas vi una luz que como un faro, me avisaba de que había llegado a tierra firme. Sin pensar lo que iba a hacer a continuación, con las palmas de las manos mojadas y el corazón desatado, llamé al timbre.
Un saludo.
Me he imaginado a un anciano abriendo la puerta, osea a un Javi tipo abuelo de Heidi.
Bien narrado compañera!
Saludos Insurgentes