«Perdido y hablando solo»

Parece que hasta aquí he llegado. Hasta hace unos momentos, éramos cuatro. Pero ahora soy sólo yo.
Estoy conmigo mismo; nunca lo había estado. Quisiera no estarlo, pero no puedo hacer nada.

Cada minuto, cada instante, mi respiración se suicida: mi cabeza rueda, mi alma se asfixia. ¡¿Quién soy?¡
No lo sé. Esa es la única respuesta que me viene ante todo, ante cada paso que doy, por cada soplo de vida que dejo en este bosque...

Seguiré por aquí. Por supuesto, no tengo idea a dónde llegaré, sólo sé que bajar es lo más seguro; quizá encuentre un riachuelo que me lleve hacia algún lugar...

¿Pasaré la noche aquí?, ¿será éste el punto final de mi vida, con frío, con miedo, reducido a un temor enterrado en el bosque?, ¿volveré a ver a mi madre, a abrazar a mi padre?, ¿tengo hambre, tengo miedo?...

Sigo. No paro. No pienso... ¿Estoy llorando?, ¿por qué me pregunto tantas cosas, estaré agotándome? Sigue, no pares...

Me parece que ya he pasado por aquí. ¡Mierda, todo parece igual!...

Carlos ha muerto. El frío, su otro enemigo además de él mismo, lo convirtió en otro silencio del bosque, en otra incógnita de la montaña. Una tormenta y los fuertes vientos lo separaron de sus amigos aquella mañana. Ellos no pudieron rescatarlo, sólo lo miraban, perdido y hablando solo, desde la lejanía en aquel refugio en el que lograron guarecerse.