Todavía con los ojos cerrados, tumbada sobre su cama, lidiaba mentalmente entre emprender el día con su rutina o dejarse llevar por el sueño tan placentero que había alterado su palpitación.
Por sus longevas retinas surcaban oleadas de placer. Se hizo imposible eludir la llamada. Sintió la ternura de aquellos dedos recorriendo su piel tersa y cálida. Volvió a escuchar aquella voz susurrando. Era suave como la brisa marina y brutal como el borboteo del mar que embiste las rocas. Las palabras se introducían poco a poco, ansiosas por atravesar su tímpano; juguetonas y recelosas, bailaban eróticas empapándose de gozo.
Sus labios brotaban húmedos, el roce con sus dedos revivió la cascada que hacía años había dejado secar. Las caricias en su pecho hacían que volara, dejó en tierra todo lo carnal para emprender el vuelo. Atrás quedó la piel erizada, llena de sensaciones, que dieron paso a las sacudidas con preludios al clímax más desgarrador y entrañable.
Aterrizó de golpe sobre el lienzo que acolchaba su cama. Sus manos todavía ardían. Su pecho alterado bajaba suavemente la intensidad de su respiración. Sus piernas relajadas, su alma reposada.
Vega se acurrucó lateralmente y apretó fuerte sus brazos a modo de abrazo. Sus párpados dejaron escapar unas lágrimas con sabor agridulce. Asomó la lengua para rescatar al final del reguero una de esas lágrimas. Sonrió. Su ajada piel dejaba atrás el vigor de la fruta fresca, sin embargo, descubrió cómo sentir las caricias que su amado le regaló en vida.
Muy bueno, Celia
Muy narrativo y descriptivo, con tu sello Celia.
Me ha encantado!
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes