—Ha sido genial la firma de libros —dice al teléfono sonriendo mientras deja las llaves en la isla de la cocina—, la cola llegó a la puerta un par de horas. Si, si…
Se interrumpe sorprendido al ver la pequeña luz de la sala, al fondo junto a la estantería, encendida. Al otro lado del teléfono un comentario que no alcanza a comprender le devuelve a la conversación.
—¿Que? —pregunta a la espera de una repetición—. Si, si, mañana me paso por la editorial, pero no me esperas temprano. Chao.
Se gira para dejar el teléfono junto a las llaves y se acerca al frigorífico a coger una cerveza. A su espalda una sombra le sobresalta.
—¡Joder! ¿Quién coño…? —deja las palabras en el aire mientras mira al hombre de metro ochenta, con una camisa blanca arremangada y unos pantalones oscuros en su sala de estar.
El desconocido sonríe y se deja caer en el sillón junto a la lámpara, en las manos un vaso con whisky tintinea los hielos y con cuidado lo deja en la mesita auxiliar.
—¿No me reconoces? —pregunta divertido.
Sabe que no es posible, que no puede ser Ribera, el detective de su saga de misterio. Sin embargo está caracterizado como si lo fuera. Incluso la seguridad que irradia, la sonrisa, la barba de tres días, el peso, la estatura...
—Si eres un fan, te has pasado de la raya.
El desconocido suelta una carcajada y lo mira repentinamente serio.
—¿Un fan? No, no soy un fan. Soy todo lo contrario; soy el porqué de tus fans, de tus historias, de tu fama. Quien ha pagado esa cerveza y este whisky de doce años….Ahora vamos ha hablar sobre eso de “darle un final a mis aventuras”.
Saludos
El giro final crea incertidumbre.
Saludos Insurgentes