Ariana abrió los ojos con desespero y se encontró ante su peor pesadilla. La inocente palabra “septiembre” se había presentado como un demonio de dientes afilados en su vida y la estaba desgarrando por dentro. Vuelta a clase.
Al principio pensar en su sueldo y en todas las copas de vino que eso significaba solía servir para calmar sus pobres nervios, pero ese día había recibido la lista de sus nuevos alumnos. Y el problema era que ninguno de ellos era nuevo.
Todos esos pequeños monstruos eran conocidos por ella. Todos y cada uno.
Ni todas las copas de vino podrían serenarla en ese momento. Quizás la ginebra serviría mejor.
Leyó uno por uno esos complicados nombres que sus padres modernos les habían puesto y odió con todo su corazón las rimbombantes sílabas.
“¡Tú! ¿Profesora? “, ahora entendía a su madre cuando le gritaba eso exaltada, supuso que ella tampoco entendía como su hija podía haberse metido en semejante locura. Irónicamente su santa madre también llevaba cuarenta y tres años siendo maestra y detestándolo con toda su alma…
En fin, solo puedes odiarlo si lo conoces.
Supuso también que ese año tres cuartas partes de su sueldo irían destinados al doctor Barasategui, que tendría otro año a su más fiel clienta. A veces pensaba que ese psicólogo acabaría odiando más a los monstruos que ella. O puede que la odiase a ella. La última vez le había dicho que la pondría una orden de alejamiento si volvía a ir a su consulta, pero, eso era broma, ¿cierto?
Agh. Malditos críos.
Septiembre, palabra inocente que le causaba escalofríos y pesadillas.
Solían decir que los niños odiaban la vuelta al cole, dios, no tenían ni idea…
Eran los profesores los que más la sufrían.
Me ha encantado el enfoque que le has dado a la historia, dándola un vuelco total.
Enhorabuena!
Saludos Insurgentes
Buen relato, Esther.