«Qué tendrá el Museo que a todos enamora»

En Putingrado está el Museo de cera más importante del mundo, famoso por el realismo de sus piezas. Mijaíl Sarpov, su director, observa atento una televisión en el laboratorio. Cuando consigue un buen plano detiene la imagen, toma un libro enorme, lo abre por la marca y con una varita recita:
—Planum, quod volumen capit, vita aspiratur.
Retrocede dos pasos y deja libre el centro de la estancia donde las partículas del aire olvidan su transparencia y empiezan a formar un remolino. Todo tiembla unos segundos y cuando se despeja la formación de polvo, aparece un ser diminuto de cabeza grande, panza hinchada y dedos alargados.
—Hola, E.T. Deseaba conocerte.
—Mi caaasa.
—Esta es tu nueva casa, espero que te guste.
—Teleeéfono.
—Esto me lo olía —dice mientras saca del bolsillo un móvil con teclas grandes—. Si estás quietecito podrás hacer tu última llamada.
—E.T. pregunta ¿última? ¿Dónde está Elliot? A E.T. dijo que le iba a enseñar a montar en bici.

Petrov, que apenas escucha al alienígena, llena una jeringuilla con sedante. Cuando se gira, los ojos de E.T. se hinchan como pelotas de tenis. Antes de que pueda decir nada más, el científico-brujo hunde la aguja en el brazo del retaco marrón.
—Con esta inyección en breve te dormirás profundamente. Cuando eso pase te subiré a esa mesa de operaciones y empezaré el proceso de embalsamiento. Ya verás lo guapo que te voy a dejar para la eternidad.

E.T mira atónito a su asesino y las únicas fuerzas que le quedan las aprovecha para sacar el dedo de la palabrota con ambas manos.

Unas semanas después, la figura se añade a la zona pública de exposiciones. Durante ese tiempo, el taxidermista no dio con la manera -algún truco galáctico lo estaría impidiendo- de bajar esos dedos despechados que con una peineta doble saludaban a los visitantes del museo.

Fue todo un éxito.