«Un pasado muy presente»

Un día más, en la sala de cine de su palacete, inhala el humo que desprende la heroína. Se reclina sobre un comodísimo sofá para disfrutar del efecto. Frente a él, una gigantesca pantalla devuelve la misma película que ayer: Solo en Casa. Una lágrima quiere desprenderse del ojo, pero la retiene y maldice al niño abandonado. Siente una punzada en el corazón, cierra los ojos para aliviar el sufrimiento y se adormila.
Poco después, la proyección se detiene. Entonces la figura plana del protagonista empieza a temblar, arruga la frente, aprieta los labios y se hincha haciendo un escorzo hasta que cae al suelo de la sala. Se sacude el polvo mientras busca la figura del ausente Macaulay.
—Eh, despierta —le dice estirándole la ropa—. Que estoy aquí, soy Kevin.
Cuando consigue despertarlo, el toxicómano sigue aturdido y apenas repara en el prepúber, hasta que vuelve a hablar.
—Por fin, pensaba que estabas muerto. Aunque ahora que veo, te falta poco para cascarla.
—¿Quién coño eres tú?
—Esta sí que es buena. ¿No me reconoces?
—Sé quién eres, listillo, pero ¿de dónde has salido?
—Vengo de la pantalla, claro. Me tienes frito teniendo que hacer todos los días lo mismo mientras tú te colocas. ¿Crees que no me entero?
—Haz lo que quieras pero que sepas que yo no comparto mi caballo.
—No te confundas. He venido para decirte que dejes de vivir en los recuerdos y hagas algo con tu vida.

Se levanta para atizar al niño pero se refrena y termina abrazándolo. Tras unos segundos aún pegados, el actor decadente abre los ojos, encendidos de furia, y sus manos contraen el cuello ajeno. Kevin hace un esfuerzo inhumano por no defenderse. Cuando se desploma, Macaulay descubre en su víctima una dulce sonrisa que parece disculparle.

—Ni te has enterado. Yo aún sigo agonizando cuando me mataste sin yo saberlo.