Querida Charlotte:
No sé cuándo encontrarás esta carta. Tal vez sea mañana o dentro de veinte años. Sea cuando sea estará bien, porque yo ya no estaré y lo único que seguirá quedando será el futuro. Es increíble lo extremadamente fácil que resulta hablar cuando la muerte acecha como un cocodrilo hambriento. Todas las palabras que antes eran imposible de desenterrar ahora buscan salir como un maremoto. Y yo voy a dejar que salgan y lo inunden todo, haciendo que mi miserable vida haya tenido, al menos, algo de sentido.
No sé cómo será el futuro, mi niña, pero el presente es un infierno disfrazado de normalidad. Un lugar oscuro para los cobardes, y despiadado para los valientes. Yo siempre formé parte del primer grupo y por eso toda mi vida estuvo a oscuras hasta que la conocí. Ella me hizo ver el mundo ¿sabes?, sobre todo aquel que se encuentra de piel para adentro. Ella era antorcha y yo un ser perdido. Ella agarró mis manos y me mostró el universo, y yo ahora quiero mostrártelo a tí. Es la única herencia que puedo dejarte.
Primero de todo quiero decirte que las pocas fuerzas que ya me quedan son para quererte, y que no quiero que nada de lo que pueda contarte te haga dudar ni un segundo del amor que seguiré sintiendo por tí incluso cuando ya no pueda sentir nada. A tu padre también lo quise, te lo prometo. Tal vez en otra vida su amor me habría hecho vibrar la sangre, ver los colores más intensos y oír nítidamente los cantos de los ruiseñores mientras suspiro y sonrío. Pero en esta vida ha sido mi mejor amigo. Y aunque eso es mucho, en cuestiones de amor no es suficiente. Y eso lo supe cuando la conocí. Todas las respuestas llegaron de golpe para ordenarme.
Lo que más me gustaba de ella era su rareza. Parecía que venía del futuro, o de otro planeta. Era diferente a todo el mundo que conocí. Ahora sé que su rareza no era más que ver normal lo que realmente lo era; entrelazar los dedos debajo de un cerezo, bañarse desnudas una noche de agosto, hablar del mar, hacer el amor. Casi conseguí liberarme del miedo, pero este mundo ya me habia contaminado demasiado. Ella, en cambio, permanecía inmaculada y transparente, incluso aquel día que esos dos señores de uniforme la mataron delante de mis ojos mientras yo decía que no la conocía de nada.
Ese día yo también me morí, porque ella se llevó su verdad y la mía. Y sin verdad no somos más que sacos de huesos a la deriva.
Un día dijimos que si pudiéramos tener una hija se llamaría Charlotte, que significa “mujer libre”. Tres años después naciste tú.
No te pido que cambies el mundo, hija mía, nadie puede hacer tal cosa, solo te pido que lo habites en libertad.
Y si en el tiempo que te toque habitar, la libertad aún no existe, constrúyela.
Narración maravillosa.
Saludos Insurgentes