«¿Quién es Lecter?»

Dicen que la justicia no pertenece a este Mundo. Yo me creí con el derecho a administrar Justicia. El problema tal vez estuvo en que he sido el eterno incomprendido. Pero no os culpo.

Desde que me detuvieron tras realizar mi último sacrificio y, por ello servicio a la comunidad, paso mis últimas horas hasta mi liberación definitiva de toda atadura material leyendo pasajes bíblicos. En ellos me asombra y aterra descubrir cuán similar es mi destino con el de «El Cordero». Y es curioso cómo a pesar de tanta maldad y humillaciones sufridas en carnes propias, hoy estoy en condiciones de afirmar y pedir clemencia, ya no por mi persona, sino por el común de los mortales y me atrevo a suplicar a ese Dios en apariencia sordo que los perdone por no saber lo que hacen.

¿No es esto poner la otra mejilla? 

¿Es por tanto justo que sea reo de muerte por haberme merendado a asesinos en serie, violadores, pederastas, proxenetas, algún que otro terrorista y, en mi último menú, un maltratador empedernido?
Más de veinte años limpiando las calles no es peccata minuta. 

Una porra juega a despojar la margarita con los fríos y rigurosos barrotes de mi celda.

Es la hora.

Si en verdad la justicia existe, Dios me concederá sin mácula de rencor mi última cena. ¿Cuánto pesaba el incestuoso del alguacil?