«Sin cabeza»

Impuestos abusivos, personas colgadas, mujeres mancilladas... Ese era el día a día de un rey que se creía intocable, que aseguraba que su sangre era divina y que el pueblo lo temía y amaba a partes iguales. Se equivocaba. Ahora la multitud ríe y celebra mientras su cabeza pasa de mano en mano y de pie en pie, y los niños juegan con su corona repleta de joyas incrustadas. Era un estúpido integral, sin duda.

Pero si alguien podía ser más estúpido, ese era yo, la mano ejecutora detrás de todas y cada una de aquellas terribles órdenes, cegado por el oro, los títulos y las tierras que me prometió. Incluso garantizó casarme con su hija en un arrebato de pánico, si conseguía frenar a la turba furiosa que había atravesado las puertas del castillo. Conseguí llevarme a unos cuantos por delante antes de darme cuenta de que estábamos él y yo solos, sin guardias o sin soldados. Hasta la reina nos había abandonado.

Entonces ya era demasiado tarde.

Ahora voy camino a la plataforma donde encontraré la justicia del pueblo, a pocos minutos, o segundos, de que mi cabeza se separe de mi cuerpo y ruede entre sus piernas.

—Cierra el pico, perro vendido —me escupió el hombre que me maniataba con una cuerda, cuando le dije que me hacía daño.

Sí, ahora me llaman "perro vendido". Antes solían decir que era "un gran caballero" cuando era uno de ellos, antes de traicionarlos por las falsas promesas de un rey que no merecía tal título.

—¿Unas últimas palabras? —me preguntó mi verdugo al alzar su espada.

—Claro que sí: Con un rey nuevo y justo ya no os faltará el pan de cada día. Solo espero que se os atragante.