Tu abuela y yo quizá no éramos la madre e hija más unidas que hayan existido, o al menos eso pensábamos nosotras, pero aquel 8 de Marzo de 1917 iba a cambiarme esa idea.
En aquellos años, el pueblo estaba cansado de estar asfixiado por un zar que no veía más allá de su ombligo, y en particular las mujeres, que además vivíamos a la sombra del hombre. Tenían que darnos permiso para poder trabajar y prácticamente para poder vivir, para poder ser nosotras mismas.
Se empezaron a escuchar gritos desde la calle, que a la voz de “únete a nosotras” te erizaban la piel. La abuela y yo nos miramos, soltamos los útiles de trabajo y salimos de la fábrica, uniéndonos a esa multitud que clamaba por vivir. San Petersburgo se lanzó a las calles.
Nunca había visto tanta unidad en las calles, los cuerpos de la gente se veían cansados y maltrechos por el hambre y las horas de trabajo sin fin, pero en los ojos se veía una energía infinita transformada en ganas de cambiar el mundo.
Después de varios días, en los que incluso los soldados terminaron uniéndose a nuestra lucha, la clase obrera consiguió imponerse y vencer.
De esa lucha, conseguimos el voto, el que un marido no se impusiera a una mujer y también se legisló por una igualdad salarial.
Hasta su último día de vida, tu abuela siempre recordaba con pasión esta hazaña, y hablaba de la fuerza que tiene el pueblo unido, y de cómo las mujeres iniciamos esa revolución. Porque contra el poderoso es la única opción que nos queda.
Así que hija mía, disfruta de los derechos que tienes y dales el valor que se merecen, no olvides que han sido fruto de la unión y la lucha.
Bravo compañero!
Saludos Insurgentes