Después de mucha insistencia, accedí hacer aquel viaje con mi antigua pandilla. Lo habíamos pasado muy bien cuando éramos adolescentes, pero ahora todos somos maduros, algunos casados y con hijos. La idea era pasar un fin de semana en la montaña, rememorando viejos tiempos y olvidando por dos días nuestras vidas actuales.
Yo había cambiado mucho, ya no me gustaba el campo.
—Un fin de semana pasa rápido, no será tan terrible. —Insistían.
Así que un sábado cualquiera por la mañana, partimos en un viejo coche. Éramos cinco, Alfredo, Álvaro, Alejandro, Amancio y yo, Agustín. Después de tres horas de viaje y sinuosas carreteras de montaña, llegamos a nuestro destino. Un idílico paraje junto al río, que ya no lucía tan limpio como antaño.
Montamos las tiendas de campaña, buscamos leña, lo normal en una acampada. Pasamos el día entre risas y anécdotas casposas, hasta que llegó la noche e intentamos rememorar las noches de hoguera. El sueño y el cansancio hizo mella en nosotros antes de lo previsto, así que nos fuimos a dormir, cada uno a su tienda, por supuesto.
Yo tardé en dormirme, los ruidos del bosque eran poco acogedores y tenía un extraño presentimiento.
Por la mañana me desperté con los primeros rayos de sol, salí de mi tienda y comprobé aterrorizado que todas las tiendas, excepto la mía, estaban destrozadas. Entremezclados entre las telas, los cuerpos de mis amigos despedazados, cuerpos desmembrados, rostros desfigurados, inmersos en un baño de sangre, parecían haber sido devorados por alguna bestia, un oso, un lobo, ambos abundantes en la zona.
Todos muertos, excepto tú. —¿Por qué? —Me preguntó la policía.
Pero yo no tenía la respuesta.
Ahora estoy aquí encerrado, en esta luminosa sala blanca, de paredes acolchadas.
Por cierto, todos sus nombres empezaban con la inicial A, quizás fuera casualidad, quizás no...
Quizás era un psicópata mientras dormía...
Que vuele la imaginación. Muy bueno
Bien jugado Juan José.
Nada es lo que parece.
Historia fantasiosa donde las haya.
Enhorabuena paisano.
Saludos Insurgentes.