Hoy es 23 de abril, día de San Jorge, cuando se celebra en mi pueblo la tradicional romería a la ermita del mismo nombre. Me he quedado dormido y salgo de un salto de la cama. Me visto rápidamente con la ropa de ayer y salgo con una magdalena en la boca.
Tengo que correr si quiero alcanzar a los grupos de gente que ya habrán salido por el camino de la ermita. No tengo la forma física adecuada para mi propósito y estoy todavía algo somnoliento, así que como era de esperar, me tropiezo en las primeras piedras del camino, con fatales consecuencias para mi tobillo derecho.
No hay nadie por el camino y tampoco he cogido mi teléfono móvil de la mesilla en mi apresurada marcha matutina.
Al rato de esperar sentado en una piedra oigo pasos tras de mí. Es una chica que desciende del pueblo y vive en la ciudad, pero viene a veces a pasar algunos días de vacaciones.
Me pregunta que qué hago aquí mientras saca su teléfono móvil y avisa a la ambulancia. Mientras esperamos me cuenta que está estudiando enfermería y que cree que tengo la clásica torcedura de tobillo. Nada grave. Finalmente viene la ambulancia, los sanitarios estabilizan mi maltrecho tobillo y se dirigen a ella como mi pareja cuando le preguntan protocolariamente si va a acompañarme al hospital.
No se rompe el malentendido ni por su parte ni por mi parte durante el trayecto al hospital, simplemente nos reímos de la ocurrencia interpretando ese papel recién adquirido.
—Cariño, tendrás que avisar de que no llegaremos a comer, recuerda que yo no llevo mi teléfono—le digo mientras la miro y busco su sonrisa cómplice.
Poco a poco el dolor va pasando, seguramente gracias a los medicamentos, y a su sonrisa.
Buena historia.
La sonrisa de ella es un bálsamo para él.
Saludos Insurgentes