«¿Sería suficiente?»

Abrió los ojos, a su cabeza llegaba esa melodía que cantaban en el pueblo durante la semana santa. Si la virgen se vestía de luto por su hijo ¿por qué sus padres no?
Encontró una mano fría, otra. Siete mujeres canturreaban pidiendo clemencia a alguien que no las había querido oír. Allí, apoyadas, medio desnudas y susurrando aquellas viejas canciones si parecían brujas. ¿Sería eso suficiente para salvarse?
Con un gran esfuerzo se puso de pie, pequeños rayos de luz se colaban en el calabozo. Si con esos simples haces de luz pudiese tejer una cuerda... No quería. No quería pedir clemencia, pero de su boca salió un ligero "ayuda".
Como movidas por una fuerza superior el resto de mujeres se giraron hacia ella. Con las sogas con las que les taparon la boca el día anterior empezaron a hacer una cuerda. Cantaron más fuerte.
-¿Qué hacéis? ¿Qué hacéis? ¡Parad de cantar!- Les decía con gotas de sudor mezcladas con sus propias lágrimas.
-Calla niña, si cantamos no sospecharán.- Le susurró la más anciana.
Anudaron y anudaron. Cuando todas estuvieron listas ataron el extremo de la cuerda al pequeño ventanuco y tiraron. Sus voces taparon el sonido. Si seguían cantando, todo iría bien. Pensarían que estaban arrepentidas.
Las más jóvenes y las que menos huesos rotos tenían se colocaron debajo. Poco a poco con ayuda fueron subiendo y saltando fuera del calabozo. La boca les sabía a sangre y a hierro. Y corrieron, corrieron, hasta que llegaron al bosque. Se retozaron en el barro, abrazaron a los árboles, jugaron con la luz del sol... Y cuando la gente veía pasar a esas mujeres, semi desnudas, llenas de cicatrices que adoraban a la tierra exclamaban:
-¡Mirad! Las brujas que escaparon.