«El gato Wino»

De repente, nos invadieron los marcianos. Andábamos los humanos tan preocupados por los asuntos habituales - cambio climático, desempleo, precio de la luz, Rociíto y sus problemas- que no advertimos que doscientas cincuenta mil naves llegaban del espacio pilotadas por unos seres dotados de un intelecto descomunal. Tan potente era aquella inteligencia, que se contagiaba sólo con respirar. De modo que nos volvimos todos  lúcidos en cuestión de segundos, y asumimos que debíamos someternos a sus leyes sin pelear.

Incluso los animales se contagiaron de aquella portentosa listeza y empezaron a hablar de repente, tomándose muy en serio sus nuevas capacidades. Algunos, por ejemplo, obtuvieron un título universitario en pocos días, como Wino, el gato que vivía en la portería del colegio y que se convirtió en nuestro profesor de Filosofía.

Un día, después de las vacaciones de Navidad, la antigua mascota desapareció sin dejar rastro.

Wino-inteligente nos caía muy bien a todos, de modo que nos afectó bastante la desaparición del profesor. Lo buscamos por todas partes, sobre todo en los árboles y en los tejados, porque a Wino, el hecho de poder recitar de memoria a Platón, Hegel o a Nietzsche no le había quitado las ganas de cazar pájaros o lagartijas.

Un día encontramos su collar enganchado a una rama, y siguiendo el rastro de sus huellecitas sobre el barro, vimos a Wino sentado sobre un capó. Cuando nos vio aparecer anunció que jamás volvería a darnos clases.
Luego nos explicó que no necesitaba el habla para nada, que no quería seguir planteándose cuestiones existenciales y que la verdadera felicidad consistía en tumbarse sobre el muro del huerto, en silencio, mientras miraba las nubes del cielo.
Era obvio, coincidimos todos, que Wino se había convertido en un gato listísimo.
Y lo dejamos en paz.