«Tiempo perdido»

Años de trabajo y despacho, miles de horas sentado frente al ordenador, minutos y minutos de discusiones con clientes. Un ambiente laboral que se había convertido en la tónica habitual de mi vida, una espiral que me absorbía y me separaba de mi familia y que, ahora, me atrevo a calificar de tóxico.
Llegó julio y, como cada año, mi mujer y mis hijos estaban ansiosos por disfrutar de las vacaciones en la playa. Apartamento en primera línea de mar en una de las mejores zonas de Marbella. Un inversión que, gracias a mi buena posición en la empresa, pudimos realizar hace más de un lustro.
Era la segunda noche que estábamos allí cuando el sonido del teléfono rompió el silencio de la noche.
-Hijo, papá ha sufrido un infarto y nos ha dejado. - En ese preciso momento sentí cómo miles de cuchillos atravesaban mi alma.
Pasé la noche en vela pensando en los buenos momentos que viví junto a él y que parecían olvidados en el baúl de los recuerdos.
Por la mañana viajamos al pueblo, velamos a mi padre y nos despedimos de él. El resto de las vacaciones las pasamos allí, acompañando a mi madre.  Era lo mínimo que podíamos hacer después de dos años de ausencia infinita.
Yo volví a ser niño, ella se sintió madre de nuevo, paseó con sus nietos, les cocinó mis platos favoritos, les enseñó juegos de antaño, recuperó el brillo de sus hijos, su mirada se iluminaba cada vez que escuchaba la palabra abuela y su corazón se ensanchaba con cada beso y abrazo recibido.
Fue un verano de decir adiós,  un adiós doloroso e irreparable, pero también de reencuentros, de ordenar prioridades y recuperar momentos perdidos y sentimientos y personas que ahora sé deben estar por encima de todo.